¿Quién dijo que desarrollar química en la plantilla de los Cavaliers de Cleveland con tanto jugador nuevo, un dirigente debutante y estrellas de relieve con egos gigantescos iba a ser un paseo en el parque?

A una milla de distancia se veía venir. Es lo que los anglosajones llaman “dolores de crecimiento”. 

No quiere decir que Cleveland será un equipo sotanero o que no será un contendiente sólido en la Conferencia Este para cuando lleguen los playoffs, pero las altas expectativas que se tienen de esta plantilla tomarán tiempo en concretarse.

Para empezar este es un equipo que solo regresa con seis de los 15 jugadores de la pasada temporada, que muchos nunca han jugado juntos ni conocen las tendencias de sus compañeros en cancha, y que tienen que aprender un nuevo sistema de juego bajo el técnico David Blatt, quien fue un extraordinario dirigente en varios de los principales clubes de Europa y con la selección de Rusia pero que apenas empieza a mojarse los pies en el estilo más veloz de juego que prevalece en la NBA.

Recordemos cuando los Nets de Brooklyn parecían haber formado un ‘Dream Team’ la temporada pasada, solo para confrontar grandes problemas de cohesión y nunca llegar a unirse tras 82 partidos, complicado eso por sus múltiples lesiones. En otras palabras, tener buenos jugadores no necesariamente implica éxito inmediato. La química no se consigue en la farmacia de la esquina.

Hasta cuando LeBron James llegó al Heat de Miami junto con Chris Bosh para unirse a Dwyane Wade le tomó tiempo al equipo poder engranar, jugando éstos apenas por encima de .500 con marca de 8-7 en sus primeros 15 partidos. De ahí en adelante, el Heat jugó para 50-17 el resto de la temporada y llegaron a la serie final de la NBA, aunque perdieron ese primer año contra los Mavericks de Dallas. Eventualmente llegaron a cuatro series finales consecutivas y ganaron dos títulos. 

Claro, aquel equipo de Miami tenía a un Wade que estaba en su ‘peak’, que ya había ganado un campeonato en el 2006 y que sabía jugar bajo presión y a un Bosh que desde el primer día estuvo dispuesto a sacrificar su juego por el bien del equipo. 

Ese escenario no necesariamente es el mismo en Cleveland, donde James llega a un equipo que ha tenido una cultura perdedora desde que se fue en el 2010, donde el base Kyrie Irving y el escolta Dion Waiters se la han pasado peleando por quien intenta más tiros al canasto y quien congela más el balón, amén de que llega un Kevin Love que tampoco ha sido un ganador en su carrera a pesar de sus extraordinarios números individuales. Bien lo advirtió James en su carta de regreso a Cleveland que este proceso allí tomaría más tiempo. La experiencia vivida se lo anticipaba.

Sencillamente, hay muchos malos hábitos creados en campañas previas que hay que romper y comienza con Irving, un armador que controla demasiado el balón en ofensiva y que con James tiene que aprender que ya él no es el foco del ataque, sino la voz secundaria o hasta terciaria si visualizamos a Love como el segundo en mando. Dondequiera que James ha jugado, él siempre ha sido el principal creador y la ofensiva ha corrido primordialmente a través de él. Irving tiene que atemperarse a eso o Cleveland seguirá perdiendo juegos.

Basta visualizar los primeros cuatro desafíos de la temporada, donde James apenas promedia 4.8 asistencias – el peor promedio en su carrera en asistencias y el más bajo desde que tuvo media de 5.9 en su año de novato en el 2003. O sea, James no tiene el balón en la mano con la frecuencia que debería debido al imán que tiene Irving con la bola.

Parte de ello, quizás, puede deberse a una especie de lucha de poder pues Irving ha sido la estrella en Cleveland desde que James llegó y no necesariamente se ha presentado dispuesto a soltar las riendas de su ‘reinado’ en lo que el ‘verdadero rey’ regresaba. Esto es más evidente al considerar que Irving viene de su segundo año como All-Star en la NBA, de una extensión de contrato por $90 millones y de ganar medalla de oro en la Copa del Mundo 2014 en España, siendo nombrado el Jugador Más Valioso del torneo. El que crea que aquí no hay egos envueltos está ciego.

Para colmo de males, Irving ha tenido la escopeta en mano para disparar con más frecuencia aún que la pasada campaña, promediando 18 intentos al canasto y muy a pesar de tener a dos anotadores probados de sobre 23 puntos por juego en James y Love. Esto sin contar que está lanzando para un terrible 40.3 por ciento de campo. Si su función principal es como armador, que es repartir el juego, la misma ha sido pobre tras tener el más bajo promedio de su carrera con 3.8 asistencias por cotejo.

Y no es que a James no le caiga su agüita. Él tampoco ha estado tan efectivo que digamos (41.3 por ciento de campo). Pero la realidad es que, a excepción del partido contra los Bulls de Chicago, la ofensiva no se ha visto fluida. Para que eso ocurra, James debe controlar un poco más el balón y que Irving aprenda a jugar un poco más sin la bola, dejando que la ofensiva le llegue a través del flujo del partido, especialmente cuando doblan a James y él queda solo en el perímetro para un tiro abierto o con un hueco creado en la defensa para atacar el canasto. Era lo que solía hacer Wade. En otras palabras, Irving debería ponerse a ver un par de videos de lo que hacía Wade cuando jugaba con LeBron y cómo podía ser su perfecto complemento.

Mientras prevalezca el ‘estilo Superman’ en ofensiva, donde cada uno quiere ser héroe individual, Cleveland no saldrá de su mala racha. De una forma u otra tienen que aprender a confiar uno en el otro y ser mucho más altruistas en la repartición del juego. No es casualidad que colectivamente Cleveland marche último en la liga en asistencias colectivas (16 por juego-  el penúltimo es Sacramento con 18 por juego) y están número 29 de 30 equipos en porcentaje de campo colectivo (40.5). Demasiados tiros malos inducen a ese bajo porcentaje.

En conclusión, el balón no está en las manos de quien tiene que estar más tiempo, la ofensiva está demasiado individual con muchos tiros forzados uno contra uno y eso redunda en que el resto del equipo no se desempeñe con la energía deseada en ambos lados de la cancha producto de la frustración y el enojo. Cuando se juega en equipo se juega más contento a nivel colectivo en todas las facetas. James aprendió eso, pero a Irving todavía le falta internalizarlo.