La familia Fernández no tenía un plan de escape de Cuba. Pertenecía a la clase media de la isla que, aunque no posee mucho poder adquisitivo, no pasa hambre. 

No había necesidad de declararle la guerra al mar para pisar un día la arena de los Estados Unidos. Pero todo cambió en 2006. El gobierno antillano le negó la posibilidad a Yadenis Jiménez de ir a Venezuela como médico en la Misión Barrio Adentro por riesgo a la deserción. 

La prohibición para su hermanastra le abrió los ojos al joven José Fernández y al resto de la familia. Debían buscar un futuro libre de autoritarismos y eso no existe en Cuba. Tres veces lo intentaron y siempre fallaron. 

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En la tercera ocasión estuvieron muy cerca de las luces de Miami, pero más cerca estaba el incandescente foco de un bote de la Guardia Costera estadounidense. Cuando ves esas luces sabes que todo se acabó, le dijo Fernández a los medios en 2013, luego de haber superado todos los calvarios para salir de la isla y ungirse como el Novato del Año de la Liga Nacional, por su 2.19 de efectividad con los Marlins de Miami. 

Tras pasar unos meses en una cárcel cubana con solo 15 años; luego de salvar a su madre de ahogarse y ganarle una batalla al Mar Caribe al llegar a Cancún, México; después de pisar suelo estadounidense y cumplir el sueño de ser uno de los mejores lanzadores del béisbol, el océano derrotó a Fernández a los 24 años de edad. 

Le ganó la guerra la madrugada de ayer, cuando el bote en el que iba se estrelló contra un rompe olas en la costa de Miami. Ninguna de las tres personas que estaban en la embarcación sobrevivió. 

Los Marlins suspendieron el juego dominical contra los Bravos. En cada uno de los careos se guardó un instante de silencio. David Ortiz, designado de los Medias Rojas, le pidió a los Rays que cancelaran su homenaje de despedida en Tampa Bay. 

Fernández resultó uno de los mejores escopeteros de los últimos cuatro años. Dejó 2.58 de efectividad en 471.1 innings. En Miami su guarismo fue de 1.49, ganó 29 juegos y perdió 2.