“El bateador más difícil al que yo me he enfrentado se llama Frank Coímbre”, Satchel Paige.

Esta lapidaria frase se le atribuye al mejor lanzador negro de su era y tal vez de la historia.

Como las leyendas surgen muchas veces de la unión de mitos y realidades, tal vez ésta cita surja de una entrevista que le hicieron a Paige, luego de haberse enfrentado a Coímbre en un duelo a muerte  en el noveno inning de un juego de serie final celebrado en las Grandes Ligas Negras, en el cual el astro ponceño, luego de batearle trece fouls consecutivos a Paige, le enderezó una curva y se la sacó por lo profundo del left field.

Paige le había lanzado con todo su abundante repertorio y Pancho iba haciendo los ajustes necesarios hasta que le dio el famoso jonrón en el decimocuarto lanzamiento. Paige no perdonaba ni se olvidaba, ni Pancho tampoco.

Pancho Coímbre nació en Coamo en el año de 1905 y a temprana edad pasó a Ponce, haciendo escala en Arroyo. En la ciudad señorial se destacó en pista y campo; en los 100 y 200 metros, salto a lo alto y a lo largo y en otras disciplinas.

Ya que no era un hombre de gran estatura, y en aquellos primeros años muy flaco, como decía su compadre Millito Navarro, se destacaba por la habilidad natural que Dios le había dado  para los deportes. Sin embargo, lo que con el pasar de los años lo convertiría en una verdadera leyenda, era su prodigiosa vista y su coordinación muscular vis-a-vis sus ojos.

Bateador derecho, de estatura moderada de 5 pies y 9 pulgadas y unas fibrosas 160 libras, conseguía impactar la pelota una fuerza inusual debido a la descomunal coordinación que exhibía, y a que siempre le daba a la bola con la maceta del bate.

De ahí su propensión a batear dobles y a empujar muchas carreras. Jonronero no era. Según iba desarrollándose en los distintos diamantes en que jugaba, se iba regando su fama y su cartel como un bateador prodigioso. En cuanto a defensa respecta, Pancho, por su velocidad y gran brazo, se convirtió en un excelente jugador defensivo también.

Según fue estableciendo su clase, su fama empezó a regarse fuera de nuestras fronteras. En el 1927 se fue a jugar la República Dominicana con el equipo Sandino de Santiago de los Caballeros. Allí jugó y se destacó hasta que en 1929, Navarro se lo llevó para Venezuela, en donde se lució en grande con el Magallanes, luego con el Santa Marta y sobre todo con el Buchiplumas, equipo al cual llevó a obtener el título de campeón de la Liga Venezolana. Ya su fama de extraordinario bateador se había  regado por toda la América Latina.

Desde su participación en el 1927 en la Republica Dominicana con el Sandino y en el 1930 con los Tigres del Licey, más su incursión en Venezuela el 1935, solo le faltaba jugar en las Grandes Ligas de los blancos, cuyo único impedimento era su raza negra, pues habilidad y talento tenía de sobra, como hemos visto.

Las Ligas Negras

Así las cosas, en el 1940, jugando siempre en Puerto Rico con el equipo de Ponce, llegó hasta la ciudad de Nueva York para visitar a su hermana. La presencia de Coímbre en Nueva York era como pasarle un elefante blanco por Times Square a Alejandro Pompez, el George Steinbrenner del béisbol negro e hispano, quien  persiguió con insistencia a Pancho hasta que lo firmó para los New York Cubans de Liga Nacional de las Grandes Ligas Negras.

Pancho Coímbre fue grande entre los grandes de las ligas negras. En su año de novato, en  el 1940, bateó para un sólido .330; en el 1941 le metió un robusto  .353 y logró que lo seleccionaran para el Juego de Estrellas de las  Ligas Negras.

En ese partido fue nada menos que el tercer bate del equipo de las Estrellas del Este, el cual tenía en su alineación a tres jugadores que irían en su día de justicia, a ingresar en el Salón de la Fama de Cooperstown: a saber, la primera base, Buck Leonard, el Lou Gehrig negro; el tercera base Monte Irvin, inmortal de nuestro béisbol; y el no menos inmortal, Roy Campanella.

Por las estrellas del Oeste figuraron otros eventuales miembros de Cooperstown, tales como el legendario lanzador, Satchel Paige, el guardabosque Jimmy Crutchfield, el lanzador Hilton Smith.

En el 1942 Pancho no jugó en las Ligas Negras, pero el año siguiente continuó con su tórrida ofensiva, bateando .382. Ya en el 1944 ya Pancho había establecido su cartel de ser de los mejores bateadores del mundo, por lo que fue seleccionado nuevamente para el Juego de Estrellas y, reconociendo su valía, fue colocado una vez más como tercero en el orden de bate. Todo el que sabe algo de béisbol sabe que el tercer bate es usualmente el mejor bateador del equipo.

Ese equipo de Estrellas del  Este del 1944  tenía en su alineación, de los ocho jugadores de posición, a cinco miembros del actual Salón de la Fama: el primer bate y bosque izquierdo lo fue Cool Papa Bel (HOF 1974). El segundo bate y en tercera base estaba Ray Dandridge (HOF 87). Tercero al bate, Coímbre, jugando el bosque derecho.

El cuarto bate lo fue la primera base, Buck Leonard; el quinto bate era nada menos que Josh Gibson, el Babe Ruth negro y tal vez el mejor cátcher de la historia. Sexto bate, y  guardabosque central, Johnny Davis, ‘El Gaucho’, uno de los mejores refuerzos que pasó por Puerto Rico, integrante del gran equipo de Mayagüez que fue a la  primera Serie del Caribe en Cuba en el 1948 junto a  colosos como Carlos Bernier, Cefo Conde, Tite Figueroa, Alonso Perry, Carlos Manuel Santiago, Artie Wilson, King Kong Villodas, Lucious Easter y Wilmer Fields, dirigidos por el genial Joe Buzas.

En el 1945 Pancho se lesionó jugando béisbol en Colombia y no regresó a los New York Cubans, pero el año siguiente volvió a sus niveles típicos de producción y le arremetió un sólido .357 y .510 de slugging.

En fin, en sus cinco años en las grandes ligas negras, acumuló un colosal promedio de bateo colectivo de .377, el quinto más alto registrado en las Grandes Ligas Negras hasta el presente.

¿Y cuál es la historia de Pancho Coímbre en Puerto Rico?

La Liga de Béisbol Profesional de Puerto Rico se inauguró en el 1938. En las temporadas el 1938-39 y 1939-40, los Brujos de Guayama dominaron el torneo, descansando primordialmente en el brazo del más imponente lanzador de la era, o tal vez de la historia, Satchel Paige, y los bates de Perucho Cepeda y Tetelo Vargas.

Pero la década del 40 le perteneció a los Leones de Ponce, que ganaron cinco campeonatos consecutivamente. De ese trabuco sobresalía su guardabosque derecho, ‘El Pundonoroso’, Pancho Coímbre.

Los Leones tenían de dirigente a George Scales, astro de las Ligas Negras, y también militaban estelares como Juan Guilbe, Planchardón Quiñones, Sam Bankhead, Millito Navarro, Felo Guilbe, Howard Easterling, Cocaína Garcia, Fellé Delgado, Griffin Tirado y otros. Pero de  más está decir que Pancho Coimbre era el astro.

En los  nueve años que siguieron, registró marcas de bateo de miedo: .401 en el 1941; .372 en 1942; .342 en el 1943; .376 en el 1944; .425 en el 1945; .333 en 1946; .323 en el 1947; y .333 en 1948. Su promedio colectivo durante esos tórridos años fue de .357, bateando dos veces sobre los .400, fue campeón de bateo en dos ocasiones y siempre líder o colíder en todos los departamentos ofensivos menos en jonrones.

Al final del camino, en las temporadas 1949-50 y 1950-51  casi no jugó, retirándose luego por  lesiones en  su rodilla.

Ahora viene lo más increíble, lo más espectacular de todo.

Durante esa prodigiosa carrera, desde el comienzo de la temporada del 1939-40 hasta el final de la temporada de 1942, durante esas tres temporadas, Pancho Coimbre tuvo 550 apariciones al bate y no se ponchó ni una sola vez. Repito, ni una sola vez.

En  las tres temporadas que le siguieron,  se ponchó una sola vez por temporada. En toda su carrera de más de una docena de años en la Liga,  se ponchó solo 20 veces, a razón de 1.57 veces por año.  ¡Qué bárbaro! 

Con todo lo que hemos expresado sobre Pancho Coímbre, surge la interrogante: ¿habrá un pelotero puertorriqueño mejor que el viejo Pancho? Sé que en sus mentes y a flor de labios brotará el nombre del inmortal, Roberto Clemente.

Busquemos los archivos a ver qué decía el propio  Clemente sobre esta interrogante.

Según aparece citado por Layton Revel, del Center for Negro League Baseball, el carolinense dijo “Pancho Coimbre is the best player in Puerto Rican history”.

Ahora bien, no podemos dejar que una controversia tan seria la defina Clemente sin mayor discusión. Comparemos pues, usando sólo lo que es comparable, lo que ambos astros hicieron en nuestra Liga, pues Pancho no jugó en la Grandes Ligas blancas y Roberto no jugó en la Grandes Ligas negras.

Eran casi padre e hijo

Entre ambos hay muchos paralelismos. Según Doña Vera Zabala, vda. de Clemente, ellos se quisieron como padre e hijo.

Ambos jugaron en la Liga Nacional: Pancho en la de los Negros y Roberto en la multirracial.

Ambos fueron Piratas de Pittsburgh: Roberto fue un astro en el terreno y Coímbre, gracias a Roberto, fue  escucha de los Piratas.

En Puerto Rico, tanto Clemente como Coímbre jugaron casi el mismo número de temporadas. Ambos jugaban el bosque derecho, ambos eran derechos, tenían personalidades imponentes, orgullosos, individuos elegantes y de vestir impecable.

Ambos fueron “padres del béisbol”: Clemente en Nicaragua y Coímbre en Bolivia.

Ambos casaron con damas del más alto respeto y permanecieron juntos hasta la muerte.

Ambos tuvieron familia con  hijos ejemplares y deportistas, y ambos lamentablemente, murieron trágicamente: Roberto el 31 de diciembre de 1972 y Pancho el 4 de noviembre de 1989.

Ninguno de sus cuerpos quedó reconocible, pero ambos están muy vivos en la memoria colectiva del pueblo puertorriqueño.

La comparación de las actuaciones de  Coímbre y Clemente en la Liga de Béisbol Profesional de Puerto Rico, desde el punto de vista numérico, permite un concienzudo  análisis. Veamos.

Pancho Coímbre y Roberto Clemente, jugaron casi el mismo total de años, tuvieron casi el mismo número de turnos al bate;  Roberto tuvo 1917 y  Pancho 1915, solo dos turnos de diferencia. Pero es de rigor señalar que  Roberto subió con el Santurce siendo un muchachón de 21 años e inmensas facultades en proceso de desarrollo.

Los números de Pancho hubiesen sido mucho más impresionantes que los que nos dejó, pues  subió a la Liga Profesional ya siendo todo un pelotero maduro, por decir poco.

Por otro lado, Clemente hizo sus números donde tenía que hacerlos, con los Piratas de Pittsburgh en la Liga Nacional.

El promedio de bateo por vida de Pancho Coímbre fue .337, el más alto en la historia de nuestro béisbol para jugadores puertorriqueños. Roberto tuvo un muy respetable promedio de bateo por vida de .324, el cuarto mejor en la historia.

En cuanto a hits conectados, Pancho aventajó a Clemente con 646 a 621.

En carreras empujadas Coímbre superó al astro de Carolina, 322 a 268.

En carreras anotadas, Coímbre también superó a Roberto, 370 a 302.

En dobles Pancho superó a Clemente a razón de 135 a 100.

En bases robadas casi quedaron empate, pero Pancho lo superó por una,  33 a 32.

En bases por bolas, Coímbre superó a Clemente, 187 a 77.

En triples, Clemente superó a Coímbre  25 a 17.

En jonrones, Clemente superó a Pancho 35  a 24.

En ponches recibidos, ya sabemos, Clemente cogió 116 ponchetes y Pancho sólo 20 en 14 años de servicio.

Juegos consecutivos bateando de hit: Coímbre 22 y Clemente 23. Roberto le rompió el récord a Pancho en el 1957.

Así pues, Coímbre superó a Roberto Clemente en siete de 10 categorías ofensivas.

Defensivamente sería injusto comparar a nadie con Clemente, pues aunque Pancho no hacía quedar mal a nadie con su fildeo en el bosque derecho, ni con su brazo,  Roberto ha sido reconocido por la cátedra y son muchos los expertos que así lo afirman, que ha sido el mejor guardabosque derecho en la historia del béisbol. Ahí están sus doce Guantes de Oro para dar testimonio de lo extraordinario que fue el astro de Carolina en esa posición.

Lo que nos deja con los números. Haga usted la comparación. Decida quién fue el mejor jugador puertorriqueño en nuestro béisbol.

Tras finalizar ese delicado juicio, sea la votación la que fuere, hay algo sobre lo cual no debe de haber dudas ni controversia: Pancho Coímbre merece estar en el Salón de la Fama de Cooperstown.

Jackie Robinson y Branch Rickey le abrieron a los negros  las puertas de las Grandes Ligas, y ahora alguien debería abrir las puertas de Cooperstown para que entren al Salón Grande los que por el color de su piel no tuvieron la oportunidad de entrar.

Luchemos todos juntos para lograr ese sueño y así hacerle justicia final a aquel prestigioso ciudadano y fenomenal pelotero puertorriqueño,  Francisco ‘Pancho’ Coímbre.