Hace unos días, por primera vez en par de años, me materialicé en el Hiram Bithorn una hora antes del inicio de un juego entre Senadores y Cangrejeros en la liga invernal.

Me impresionaron la condición del terreno y el celo puesto en el decorado del pasillo interior de la instalación, donde por todas partes cuelgan enormes carteles alusivos a legendarias figuras de la historia de ambas novenas: Alomar, Willard Brown, Clemente y el propio Hiram Bithorn, entre otros.

Lamentablemente, los carteles flotan como fantasmas ignorados en medio de aquellos pasillos desolados y sepulcrales.

Lo triste fue que apenas hubo muchos más fanáticos al comenzar el choque entre los ‘primos’, un duelo que, treinta o cuarenta años antes, probablemente hubiese llenado el parque.

Pero hace años -quizá décadas- que no es así y no me parece que apelar a la nostalgia de los ídolos del pasado sea la manera ideal de atraer a los más jóvenes al parque.

Este año, además, los equipos han tratado de llamar al fanático que sigue otros deportes, u otros tipos de béisbol, destacando la calidad de los prospectos que están jugando, pero me parece una táctica igual de despistada: es como tratar de convencer a jovencitos que solo oyen reguetón de que vayan al festival Casals si quieren oír a músicos talentosos de verdad.

Rara vez, a la gente que le gusta algo, vas a convencerla diciéndole que lo otro es mejor. La única opción, creo, es buscar que lo otro le guste más.

Mi ánimo mejora cuando saludo a dos miembros de mi generación, los coaches Carmelo Martínez y Cuchito Ferrer, pero lo que termina de convencerme de que la liga no debería desaparecer es ver a Lubrok, el legendario cargabates de los sanjuaneros, blanco de mil bromas cariñosas de parte de peloteros de varias generaciones.  

Mirándose el reloj pulsera, Lubrok accede al pedido de entrevista y se sienta junto a mí en el dugout.

“¿Desde cuándo estás en esto, Lou?”, le preguntó.

Me responde que ya trabajaba como lonero en el Bithorn cuando Ernesto Díaz González se lo llevó cuando compró a los Senadores y los rebautizó como Metros para la campaña de 1983-84.

“Diablos, Lou, entonces, ¿cuántos años tú tienes?”

“Trentisiete”, me dice con total seriedad.

“Serán 37 en la liga”,  le comento, pero Lou no ve el chiste.

“Bueno, pues 50… o algo así”, me dice.

Vuelve a mirarse el reloj. Le hago entonces la pregunta que más me preocupa: ¿Por qué cree él que la gente no está viniendo al parque?

Lubrok se queda pensativo por buen tiempo, la mirada chocando contra la valla del jardín central.

“No sé”, dice finalmente.

El resto de la Liga parece estar en el mismo bote que él.