Cuando tomé el vuelo para España el pasado jueves en la noche en San Juan, me pareció estar abordando una guagua aérea para Sevilla. Se sentía en el aire un ambiente de fiesta isleña. El vuelo era un lleno total de casi 500 boricuas. Y estaba sobrevendido a tal punto que el dependiente de la línea me ofreció un pasaje para dos personas, ida y vuelta a cualquier destino de Europa, si cedía mi espacio y abordaba un vuelo a las 8:00 de la mañana del viernes para finalmente llegar a mi destino el sábado.

Evidentemente yo no lo acepté con mucho pesar en mi corazón. Era una gran oferta. Pero obviamente yo tenía una asignación oficial de parte de Primera Hora y no era momento de pensar en mí.

Creo que muchos boricuas tampoco la aceptaron porque tenían muchas ganas de viajar ese mismo día y no perderse ese primer juego del sábado ante Argentina. Todos llenos de ilusión. Soñando con una victoria para abrir la Copa del Mundo. Así se sentían también al llegar ayer al juego. Panderos en manos y ondeando banderas, cientos de boricuas arribaron al juego ayer listos para celebrar una victoria y cuanto menos esperanzados en dar una gran batalla que aunque se perdiera demostrara que tenemos el nivel para luchar.

Esas ilusiones, al ratito fueron devastadas. Lo constaté al acercarme a un grupo de fanáticos boricuas luego del partido para trabajar una historia sobre cómo se sentían de estar en esta aventura de vivir un mundial. Y uno tras otro se mostró feliz de estar presente pese al sacrificio económico que ha representado y lo tedioso del viaje trasatlántico.

Apuntaban a que no les gustó el body language del equipo. Se mostraron confundidos con ciertas estrategias. Algunos que siempre habían querido que un dirigente se atreviera a no abrir un juego con Carlos Arroyo y José Juan Barea a la vez, al ver el desenlace de lo que sucedió ayer cuando Paco Olmos se atrevió a ello estaban espantados con el resultado.

Y en fin se describieron frustrados, desilusionados y sin muchas esperanzas de mejores cosas.

De seguro muchos arrepentidos de no haber aceptado la oferta de la línea aérea. Ya veremos si mañana renacen sus esperanzas.