Al acercarnos al 45 aniversario de la muerte de Roberto Clemente –lo que sucederá el 31 de diciembre de este año–, y al cerrar esta edición de Fanático donde el astro boricua es figura central por medio de la historia de su hermano Justino ‘Matino’ Clemente, viene a mi memoria una historia familiar que ató a mi abuelo con el gran pelotero carolinense.

Resulta que mi abuelo, Rafael Torres Luciano –quien fue el padre de crianza de mi madre y la única persona a quien mis hermanos y yo llamamos abuelo, aunque no llevamos su apellido–, se salvó de haber muerto con Clemente aquella fatídica noche de la Despedida de Año en el 1972 en la que el pelotero intentaba llevar ayuda a las víctimas de un terremoto que había azotado a Nicaragua.

Siempre me fascinó el relato que nos hizo Papá, como cariñosamente le llamábamos, de cómo él decidió no montarse en el vuelo al cual Clemente lo invitó junto a su amigo y colega camionero, Ángel Rafael Lozano, quien sí abordó y fue otro de los fallecidos aquella noche junto al piloto Jerry C. Hill, el copiloto y dueño del avión, Arthur Rivera, y el mecánico de aviación Francisco Matías.

Según mi abuelo, quien ya falleció hace unos 16 años a los 92 años edad, Lozano y él fueron los últimos dos camioneros independientes en llevar la carga que sería transportada a Nicaragua. Y comentó que mientras se montaban las ayudas al avión y luego de la invitación de Clemente, él fue a mirar los motores del aparato y como veterano mecánico en la Segunda Guerra Mundial como parte de la 65 Infantería, consideró que la condición de los mismos no era buena. Y así se lo hizo saber a Clemente y otros, como bien ha sido documentado antes. Pero ni Clemente ni los demás consideraron las advertencias.

La historia que siguió, todos la conocemos. Recordaba mi abuelo que él ni había llegado a su casa en Levittown cuando se anunció la tragedia por radio y televisión. Dolorosa por demás. Y en aquel viaje, pudo haber estado mi abuelo.