Fue el trágico final de un individuo que no solamente destruyó las vidas de otros, sino también la suya.

Aaron Hernández, el engreído exjugador de la NFL que extinguía una cadena perpetua por un asesinato en primer grado en el 2013, y que tan recientemente como el pasado viernes fue exonerado de otras dos acusaciones del mismo tipo de crimen, según reportes se suicidó por ahorcamiento en la madrugada de ayer en su celda en el Centro Penitenciario Souza Baranowski en Shirley, Massachusetts. 

Así lo indica el reporte oficial del centro carcelario, pero allegados al exjugador de los Patriots han cuestionado dichos informes.

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“Le solicitamos a las autoridades que lleven a cabo una exhaustiva y transparente investigación”, dijo el abogado de Hernández, José Báez, quien estuvo en su defensa en el caso que cerró el viernes y quien había comenzado a hablar con el exatleta sobre el potencial de buscar un nuevo juicio por el crimen que le mereció la perpetua que cumplía en prisión.

Hasta tanto una investigación  pruebe que el suicidio no haya sido otra cosa, será viable pensar que los fantasmas que tenía Hernández terminaron aniquilando su existencia. 

Atleta y delincuente

Hernández fue un talentoso jugador de football americano pero pese a su éxito en este deporte, uno que le vio lograr una beca universitaria y jugar y hasta ganar un Super Bowl con los Patriots de New England, además de firmar un contrato por cinco años y $40 millones que echó por la borda al año de su firma. Fue también un delincuente.

Hijo de Terri y Daniel Hernández,  hijos de puertorriqueños que emigraron a los Estados Unidos, Hernández vivió una vida complicada que terminó en tragedia incluso antes del suicidio, cuando fue hallado culpable por la muerte de Odin Lloyd en el 2013 y fue sentenciado a permanecer  encerrado por el resto de su vida, dejando así desprovista a una niña de cuatro años, Avielle, así como a su prometida Shayanna Jenkins-Hernández, a su madre y un hermano mayor.

Talento derrochado

Hernández creció en Bristol, Connecticut. Durante sus días en escuela secundaria fue un atleta estelar. Estableció múltiples récords del estado jugando football. También figuró en la lista de honores y hasta obtuvo los créditos necesarios para asistir a la Universidad de Florida cuando todavía cursaba el cuarto año de escuela superior. Tenía 17 años.

Hernández también dio positivo a marihuana. Tuvo que servir una suspensión de un partido. Aun así, compitió en el campeonato nacional de la Universidad de Florida en el 2008. Al completar su tercer año, optó por probar suerte en la NFL. Fue escogido por los Patriots en la cuarta ronda del ‘draft’ del 2010.

En el 2011, jugó en el Super Bowl en el que los Patriots cayeron vencidos ante los Giants de Nueva York.  Poco después firmó un contrato de cinco años valorado en $40 millones, incluyendo $12 millones garantizados. Pero sería poco lo que disfrutaría de ese dinero y tal parece que la maldad estaba en su ADN.

Pasado oscuro

Los padres de Hernández confrontaron problemas legales en Connecticut.  Investigadores interceptaron múltiples llamadas en las que Terri Hernández, presuntamente, servía de intermediaria para colocar apuestas en juegos de múltiples equipos, incluyendo los Patriots. Terri enfrentó cargos por apuestas ilegales, pero el resultado del caso se desconoce  debido a que las leyes del estado lo prohíben. 

La tragedia era mayor. Su padre Dennis, quien era empleado de ESPN en Bristol, falleció a los 49 años de edad por complicaciones después de una operación rutinaria de una hernia. Aaron tenía 16 años y personas cercanas a él aseguraron que nunca se recuperó. La muerte de su padre dejó severas laceraciones emocionales en el joven.

Por otro lado, su madre Terri se casó poco después de enviudar. Jeffrey Cummings, su nueva pareja, tenía un pasado cuestionable y después de una noche de copas, Cummings atacó a Terri con un arma blanca. Según reportó The Boston Globe, ella sufrió heridas en el cuello, un hombro y una muñeca.

De inmediato Terri Hernández sometió las documentaciones para un divorcio. La acumulación de circunstancias dañinas pesaron sobre  Aaron Hernández y con ello llegaron a su vida las malas amistades y las malas influencias.

Fueron amistades de las que nunca se desligó a pesar de su éxito en el deporte. 

Una vez en la NFL, Hernández, presuntamente, se mantuvo en contacto directo con exconvictos de Bristol con garras  en el bajo mundo, particularmente por  armas de fuego y drogas.

Hernández figuró como sospechoso en una serie de asaltos y balaceras. Eventualmente, fue arrestado por la muerte de Lloyd y posteriormente fue también acusado de los fallecimientos de Daniel de Abreu y Safiro Furtado, dos personas con las que alegadamente también tuvo un altercado en el 2012 en un club nocturno cuando uno de ellos le derramó una bebida encima

En el 2015 fue hallado culpable en el caso de Lloyd y tan reciente como el pasado viernes fue encontrado no culpable por los otros dos casos, aunque se probó que en algún momento les disparó en una vía de tránsito.

Ese viernes escuchó el veredicto teniendo en la sala por primera vez a su hija de cuatro años. El exjugador miró a su familia y sonrió y les dijo que les amaba. No aparentaba estar en estado de depresión y hasta conversó con su abogado sobre el potencial de solicitar un nuevo juicio por el caso de Lloyd. 

Sin embargo, ayer amaneció muerto dejando mil preguntas sin respuestas. Según el reporte, se colgó de la ventana de su celda con la sábana de su cama. En el centro nunca previeron que él fuera a atentar contra su vida. Pero según los detalles, antes de ahorcarse trató de bloquear la entrada a la celda con varios artefactos que tenía en la misma.

Toda una tragedia que abonará a que su vida no sea recordada por sus habilidades deportivas, sino por las desgracias que causó y las que potencialmente le llevaron a tomar la decisión de ponerle punto final a su calvario.