El toabajeño Juan Rafael Santiago, ha vivido 17 de sus 60 años bajo el noble oficio de la tradicional reventa de chicharrones volaos. Mientras el joven bayamónes Jesús Cosme, comenzó a venderlos hace apenas cuatro años. Entre sus diferencias generacionales, ambos coincidieron en que el delicado panorama económico de la Isla, impulsó la inconsistencia de sus ganancias y al mismo tiempo, aceleró el desinterés general sobre una centenaria tradición puertorriqueña.

“Es difícil imaginarlo, pero cuando yo comencé a vender chicharrones, pude ganar en un día $629. Ahora tengo un buen día si llego a vender $70”, explicó Santiago desde su modesto despacho ambulante en la carretera PR-2 de Toa Baja. El joven Cosme de 18 años,  dijo por su parte que ha terminado con las operaciones diarias de su negocio, sin vender un solo dólar.

Los dos vendedores se internaron en el mercado de los chicharrones volaos por necesidad. Cosme aseguró que la reventa de chicharrones fue una oportunidad para sufragar sus estudios universitarios en farmacia, mientras Santiago dijo que fue una alternativa rápida después de un fallido intento por sostener un negocio especializado en la venta de bebidas alcohólicas.

Santiago y Cosme concurrieron en que el incremento en el valor de los impuestos sobre las ventas y usos, desalentó al habitual comprador de los chicharrones y asimismo, el consumo tradicional de pan de hogaza, maví y chicharrón, menguó entre las nuevas generaciones de puertorriqueños.

“Esto va a desaparecer en unos cuantos años. Los que compran chicharrones son personas mayores y muchas personas que lo quieren llevar a sus familiares en los Estados Unidos. La tradición se chavó”, sostuvo Santiago.

Cosme dijo desde su perspectiva joven que, “hay muchachos que no saben ni qué es el chicharrón.  La tradición no  ha pasado de padres a hijos y eso lo estamos viendo. ahora”.

El par de comerciantes comienza sus operaciones diarias de la misma forma y a la misma hora. Deben ensamblar a diario los bloques de concreto y las paletas de madera con las que sostienen a los chicharrones, y permanecer desde las 8:00 am hasta las 6:00 pm bajo la sobra de una carpa o un parasol.

“Cada libra de chicharrón se compra a $7.40 y yo la vendo a $9.75. Yo le saco solamente $2.25”, sostuvo Santiago quien vive solo y quien también aseveró, que con sus ganancias sería imposible sostener a una familia. “Llevo ya muchos años haciendo esto y ya tengo 60. Venderé hasta que me muera”, agregó.

“Me iré a los Estados Unidos. Este trabajo con los chicharrones es solamente temporal”, indicó por su parte el joven estudiante de Bayamón.

ALIVIO EN LA DIVERSIFICACIÓN

El decrecimiento en la venta de chicharrones movió a los comerciantes hacia la venta de otros productos. En una estrategia particular, Santiago y Cosme también ofrecen antenas de televisor a sus consumidores.

“No se puede contar solamente con el chicharrón porque el riesgo quedarte pelao es más”, dijo Santiago.

A diferencia del experimentado vendedor, el establecimiento del joven Cosme con un poco más de espacio, expende hamacas, maví, refrescos, jugos y aguas.

Dijeron los comerciantes en entrevistas por separado que la venta de productos distintos al chicharrón, es una afirmación del desánimo comercial en la compra y venta de característico chicharrón volao de Puerto Rico.