Una de las voces más emblemáticas de la salsa lo es, sin duda alguna, mi admirado y querido amigo Ismael Miranda.

El eterno “Niño Bonito de la Salsa” ha permanecido a través de los años en el gusto y corazón de los seguidores de nuestro género por su trayectoria, por su trabajo constante y, sobre todo, por su calidad artística y vocal. Su potente y afinada voz, asombrosamente, la conserva en óptimas condiciones y me atrevería a decir que canta mejor cada día.

Su conocimiento del son y el bolero, su manera de interpretar, su gusto personal y su visión artística-comercial han hecho de Ismael un artista digno de admirar y emular.

Después de dar sus primeros pasos en el rock and roll, como me contó en una de las tantas y amenas conversaciones que hemos sostenido, sus comienzos en la salsa se remontan a mediados de los años sesenta con la orquesta de Joey Pastrana. Más adelante, pasó a ser el vocalista de la ya muy conocida orquesta del “Judío Maravilloso”, como se le conoce en el argot salsero al maestro Larry Harlow, escribiendo una página dorada en el libro de la historia de este género.

Sus presentaciones y grabaciones junto a las Estrellas de Fania lo convirtieron en una de las estrellas más aclamadas, emblemáticas y destacadas del colectivo.

Miranda, en ese tiempo, era un “chamaquito” cantando y midiéndose de tú a tú con los veteranos de la época, pero más aún, un joven plantando bandera y destacándose entre ellos. 

Para nosotros los aficionados y fanáticos de esa etapa histórica, Ismael era nuestro ídolo, pues junto a Héctor Lavoe representaban la sangre nueva y joven en el ambiente musical. Su estilo de cantar era una mezcla de la tradición sonera cubana y el carácter urbano de la ciudad de Nueva York armonizados con su entorno, mezcla latina, negra y americana, se impuso y hasta lograr un sonido único.

La calidad musical de sus presentaciones, siempre acompañadas de su buen gusto al vestir, ha hecho de Ismael uno de mis favoritos.

Bromeando con él en alguna ocasión, le conté que siempre lo iba a ver a sus presentaciones personales y que siempre estaba muy pendiente a la ropa que usaba antes de fijarme en su repertorio.

Ha compuesto varias canciones, temas que grabó o fueron éxitos en las voces de sus colegas. Siempre mantiene su carrera en marcha, grabando nuevo material y apostando a la salsa, incluso, para llevar el mensaje de su fe.

El tiempo me regaló el privilegio de conocerlo, de trabajar para él y con él. También me dio el privilegio de poder llamarlo amigo. Conocí a Ismael el compañero, veterano respetuoso del talento de los demás. Es conocedor de la calle, los negocios, la política, y goza de amplio respeto entre sus colegas de todas las generaciones. Nunca tiene un no para sus amigos ni le niega una ayuda o consejo a quien los requiera.

Muchas y muy entretenidas han sido las conversaciones que he disfrutado con Ismael, llenas de anécdotas, reflexiones y nostalgia. Lo vi llorar profunda y sinceramente la partida de “El Conde” y de Cheo. Lo escuché recordar con cariño especial a Santitos y reírse de las anécdotas de Pellín. Me contó de su relación con el “Sonero Mayor” y su respeto por él, su cariño por La Lupe y hasta de los días que pudo compartir con los Tres Grandes: Machito, Puente y Rodríguez.

El amor por su tierra y en especial, por el campo y la vida campesina contrasta dramáticamente con el jovencito criado en la urbe neoyorquina en medio de adelantos y rascacielos.

Su carrera y vigencia son pruebas fehacientes que el talento natural y genuino siempre se impone y perdura.

Sonero, bolerista, compositor… es simplemente un pequeño gigante de nuestro género. “El jíbaro aguadeño que sí sabe del montuno”; ayer, ahora y siempre “El niño bonito de la Salsa”.

¡Camínalo!