La pantalla se vuelve a teñir de rojo en 300: Rise of an Empire, secuela al éxito taquillero 300 que hace ocho años cautivó al público con su ultra estilizado despliegue de la legendaria batalla que valientemente libraron centenares de guerreros espartanos contra el imperio persa. Si disfrutó de aquella película de Zack Snyder, probablemente salga igual de satisfecho de esta entretenidísima entrega, pues se trata de esa rara secuela que no solo busca repetir la fórmula de su predecesora sino expandir en lo que aconteció e –incluso- examinarlo desde otro punto de vista.

“Secuela” quizá no es el término apropiado para describirla, pero los genios de mercadeo de Hollywood –que, por cierto, deben cesar de usar “Rise” en los títulos por al menos una década- todavía no se han inventado uno. “Paracuela” sería más apropiado, ya que su trama transcurre paralelamente a la de 300 durante gran parte del filme. Mientras “Leónidas” y sus espartanos enfrentaban al apoteósico ejército del rey-dios “Xerxes” (Rodrigo Santoro) por tierra, los ateneos –liderados por “Themistocles” (Sullivan Stapleton)- se medían en las aguas ensangrentadas del mar Egeo contra las fuerzas navales de Persia ante una Grecia divida en reinos que se rehusaban a unirse para contrarrestar la invasión.

En términos estéticos, el director Noam Murro emula el dedillo el estilo manifestado por Snyder en 300, al punto de que uno se pregunta si en efecto este no la dirigió además de coescribirla y producirla. Contrario a las aburridas y estériles ofertas PG-13 que inundan actualmente los cines, 300: Rise of an Empire acepta con orgullo su clasificación R para exponer la violencia en todo su sangriento esplendor. Las cabezas vuelan y la sangre salpica todos los rincones de la pantalla mientras que la naturaleza dominante del sexo es utilizada como un arma de negociación en una de las mejores y más íntimas escenas de combate. 

Snyder y el guionista Kurt Johnstad le proveen un trasfondo a las ambiciones de “Xerxes”, quien ve a su padre morir a manos de “Thermistocles” y jura venganza contra Grecia. El desarrollo del personaje se limita a eso, un breve recuento histórico verbalizado en una de las extensas narraciones provistas por la reina “Gorgo”, interpretada nuevamente por Lena Heady. Lo mismo ocurre con los ateneos. Stapleton no es ningún Gerard Butler, quien se apropió de la pantalla en 300 con su fiera encarnación de “Leónidas”, dándole una mayor dimensión al personaje que la que existía en la página.

Todos los guerreros, aun con sus tonificados pectorales y abdominales, son opacados en esta ocasión,  pues la película le pertenece a una persona y una persona solamente: Eva Green, como “Artemisia”, la temeraria comandante de la flota persa cuya salvaje mirada lo mismo seduce que congela la sangre. Con la belleza de Helena de Troya y las letales destrezas de una guerrera amazónica, Green es la bestial fuerza que propulsa no solo el argumento de esta secuela sino, en retrospectiva, el de la cinta original, por lo que su papel –trazado con un arco dramático claramente establecido, algo de lo que “Thermistocles” carece- debería considerarse como el protagónico. Uno incluso podría verla como la trágica heroína griega, aunque la película la posiciona como la antagonista. 

La película se eleva cada vez que Green está en pantalla gracias a la magnética presencia escénica que ha demostrado desde su memorable debut en The Dreamers (2003). El resto de los actores no son más que meros cachorros a su alrededor. Incluso la propia Heady, con su pequeña aparición, se adueña más de nuestra atención en comparación a sus coprotagonistas masculinos, invirtiendo lo que ocurrió en 300 en la que estos dominaron la historia. Green será de lo único que estarán hablando los espectadores tras salir de ver 300: Rise of an Empire, y con suerte este será el papel que finalmente la conviertan en la estrella que merece ser.