La primera escena de American Hustle muestra a un Christian Bale con una gruesa barriga de cervecero pegándose una peluca sobre su amplia calva, para luego peinar sobre el postizo los largos cabellos reales que aún le quedan. No sabemos quién es, dónde está ni a qué se dedica, pero el cuidado que le brinda a la aplicación de su cabellera falsa nos informa algo muy importante que debemos saber acerca de su personaje y la película: que no podemos creer en las apariencias y que mucho de lo que veremos será engañoso.

El tema de la falsedad abunda en el guión de Eric Singer y David O. Russell, quienes se basan en la historia verídica de una operación que realizó el FBI a finales de la década del 70 y que culminó con el arresto de varios políticos corruptos, para proveer un filme moderadamente entretenido y ligero, no gracias al rebuscado guión, sino al excelente trabajo del elenco y la acertada dirección de Russell, pero principalmente los actores. El cineasta estadounidense llena el reparto de rostros familiares que hemos visto en sus recientes producciones, pero es uno nuevo en su repertorio, el de la actriz Amy Adams, el que sobresale. 

Bale -en un papel que no se asemeja a ninguno que haya interpretado- encarna a “Irving Rosenfield”, dueño de una tintorería que le sirve de fachada para su verdadero y lucrativo negocio como un estafador experto. “Rosenfield” es uno de dos estafadores que el FBI obliga a participar del operativo cifrado en grabar a políticos mientras aceptan sobornos. La otra es “Sydney Prosser” (Adams), una mujer astuta, ambiciosa e irresistible que inmediatamente captura la atención de “Rosenfield” -y de los espectadores- mientras se inserta en este mundo de apariencias y doble identidades.

La relación entre “Irving” y “Sydney” es el corazón de la cinta durante su primer y mejor acto, cuando ambos actores solidifican su romance. Tal y como lo ha hecho en sus mejores papeles, Bale se transforma al punto de desaparecer detrás del personaje, encarnando a un hombre acomplejado, inseguro y traicionero, pero que aún conserva algo de conciencia. Adams, por su parte, cautiva con su sensualidad, pero es su caracterización tan comprometida y determinada la que hacen de “Sydney” el rol de su carrera y el personaje más real de entre varios que resultan caricaturescos.

Como por ejemplo el de Bradley Cooper, como “Richie DiMaso”, el agente del FBI que busca desesperadamente el caso que impulsará su carrera y se aprovecha de ambos estafadores. La interpretación de Cooper sufre de inconsistencia, pasando de la rectitud de un agente federal a la de un sociópata con ínfulas de grandeza en lo que aparenta ser de una escena a otra. Aun cuando el filme abre con un texto que lee “Algunas de estas cosas en verdad pasaron”, contrario a “Basado en hecho reales”, algunas de las acciones de DiMaso parecen sacadas de otra película, con un tono distinto, y carecen de credibilidad.

Esa misma inconsistencia está presente en el guión, cuya sobresaturada trama extiende demasiado la ejecución de su segundo acto mientras marcha serpentinamente entre los personajes, diluyendo su enfoque y vagando aleatoriamente. Ejemplo específico de esto es el personaje de “Rosalyn” (Jennifer Lawrence), la esposa de “Irving” que, fuera de una escena en el baño junto a Adams, no aporta nada a la película más allá de complicar aún más el argumento. Al final la producción se recupera cuando la atención regresa a “Irving” y “Sidney”, pero para llegar ahí hay que aguantar bastantes escenas que se sienten repetitivas y sin rumbo. 

De entre el elenco cabe destacar además a Jeremy Renner como el alcalde “Carmine Polito”. Renner no ha recibido tanta atención como merece, siendo opacado por sus otros compañeros de reparto, pero su interpretación es muy genuina, controlada y empática cuando su personaje comparte la pantalla con el de Bale en una amistad que provoca un conflicto interno que merecía mayor desarrollo. La breve aparición de Louis C.K. como el superior de “DiMaso” también inyecta una tremenda y bienvenida dosis de humor al filme.

Sobre la dirección de Russell, American Hustle es la cinta más estilizada de su carrera, dotada de un fantástico diseño de producción que da vida a los años 70 visual y auditivamente. Resulta imposible verla y no pensar inmediatamente en Goodfellas o Boogie Nights, lo cual nos trae otra vez al tema de la falsedad. Durante una escena en un museo, “Irving” le muestra a “DiMaso” una pintura falsificada de Rembrandt y le pregunta “¿quién es el maestro: el artista o el falsificador?”. 

Dudo que Russell haya querido conscientemente imitar a Martin Scorsese o Paul Thomas Anderson (o a Orson Welles, quien realiza ese mismo discurso del artista vs. el falsificador, palabra por palabra, en F for Fake), pero la influencia en la construcción del guión, las narraciones múltiples, el uso de la música e incluso el manejo de la cámara es bastante obvia… y la respuesta a la interrogante que postula “Irving”, también.