“Dicen que si la ves nunca más volverás a dormir”.

Tendría unos 10 años cuando, a través de esa tenebrosa advertencia, me enteré de la existencia de una película tan escalofriante que era capaz de espantarte el sueño por el resto de tu vida, así que –por supuesto- TENÍA que verla. La misma llegó a mis manos mediante un videocasete que me prestó un vecino, algunos años mayor que yo, que se dedicaba a copiar los filmes que alquilaba o grababa en televisión, sirviendo como el videoclub clandestino de los muchachos de mi calle (gracias, Max). Así vi decenas de películas, incluyendo algunas que quizá no debía ver a tan temprana edad… como A Nightmare on Elm Street.

La memoria me falla, pero es posible que esta haya sido la primera película de horror que vi. Sin embargo, mis sueños jamás fueron invadidos por su protagonista, el desfigurado asesino de niños “Freddy Krueger”, inmortalizado en la historia del cine por el actor Robert Englund y moldeado en las pesadillas del director y guionista Wes Craven, quien falleció esta semana a los 76 años, dejando atrás una huella indeleble en el género del cual me enamoré gracias a él.  

Nunca le tuve miedo a “Freddy” ni a su icónico guante con navajas, al contrario. A Nightmare on Elm Street me convirtió en su fanático y en poco tiempo no solo me devoré las cuatro secuelas que ya habían estrenado para el 1990 –y claro que le pedí a mi papá a que me llevará a ver la sexta parte en 3D un año después-, sino que le rogué a mi abuelo que me comprara una careta, sombrero y guante que vi en una tienda para poder disfrazarme como él. Incluso tuve un muñeco de “Freddy”, de esos que se le halaba un cordón en la espalda y decía frases de las películas.

Qué tiempos raros aquellos, cuando vendían mercancía para niños basada en un psicópata que torturaba y asesinaba a adolescentes mientras dormían. Dudo que eso pudiera darse ahora, pero es que “Freddy” pasó rápidamente de monstruo a fenómeno y fue a través de él que descubrí que las películas de horror eran sumamente divertidas. Los verdaderos horrores no los vine a descubrir sino hasta tres años después, cuando vi Schindler’s List, y fui impactado por imágenes genuinamente aterradoras. La realidad es más horrorosa que cualquier monstruo de la ficción, y -de todos ellos- “Freddy Krueger” siempre fue el mejor.

El tono del personaje ciertamente fue cambiando con los años, pasando del sádico asesino que desató su venganza contra los hijos de los padres que lo quemaron vivo al sarcástico bromista que prevaleció en la cuarta, quinta y sexta parte, facilitándole su entrada al “mainstream”, algo que jamás lograron sus mudos colegas “Jason” y “Michael Myers”. De la serie, sobresalen exclusivamente las entregas que fueron escritas y dirigidas por Craven. Mucho se ha escrito de la cinta original de 1984 y como esta revolucionó el género, pero contrario a otras series contemporáneas –como Friday the 13th y Halloween- Craven cerró la suya con broche de oro.

En 1994, dos años antes de dirigir Scream –filme que también marcó un hito dentro del género- Craven ya había "picado adelante" en el horror autorreferencial con New Nightmare, sacando a “Freddy” de la ficción y trayéndolo a la “realidad” para torturar a los protagonistas y creadores de la serie en una cinta que muchas veces no se lleva el crédito que merece. “Freddy” volvió a ser tan tenebroso como en la película original, manifestándose como el engendro fantasmagórico que habita justo en los confines entre la pantalla y lo que el público se lleva a la casa con él tras experimentar los espantos que –a algunos- les provocan pesadillas.

Una noche hace mucho tiempo soñé con “Freddy Krueger”, pero en el sueño no era su víctima sino su aliado. No sé qué interpretaría un psiquiatra acerca de esto, pero sea lo que sea, se lo debo a Wes Craven y a su inmortal creación.