Tras dar nueva vida a varias de sus más famosas producciones -como Cinderella y The Jungle Book- con versiones “live action”, Disney enfrenta este fin de semana su mayor prueba de fuego con la nueva Beauty and the Beast. Contrario a las mencionadas anteriormente, películas animadas que estrenaron hace más de medio siglo, el clásico de 1991 guarda un lugar muy especial tanto para los que hoy son adultos y crecieron viéndola, como para los hijos y sobrinos de estos que han sido expuestos a su singular encanto. Los “remakes”, como usted seguro sabrá, cargan con una connotación negativa de la que muy rara vez logran escapar.

Por fortuna, el estreno de hoy es uno de esos extraños casos, que retoman la magia de la cinta original y le agregan algunas novedades. El que estas funcionen o no, variará de un espectador a otro. A juicio de este servidor, aunque el filme se siente más inflado de lo necesario con la inclusión de nuevos números musicales, resulta extremadamente difícil dañar una historia tan clásica como la de la bella y la bestia, uno de esos cuentos que se sienten frescos no importa cuántas veces sean reinterpretados.

A su favor está la dirección de Bill Condon, quien no se conforma simplemente con trasplantar los dibujos animados a esta versión con actores de carne y hueso… y abundantes gráficas computarizadas. Su acercamiento al material evoca esporádicamente al homónimo y laureado largometraje francés de 1946 dirigido por Jean Cocteau, y la fantástica dirección artística refuerza esta cualidad con el surrealismo gótico que se utilizó para decorar el palacio de la bestia.

El otro gran acierto de la producción lo es su elenco. Mientras Emma Watson no será la actriz con el mayor rango vocal –sobre todo cuando se compara con Paige O’Hara, la Belle original-, su interpretación de la heroína es perfecta para el personaje de esta mujer brillante, independiente y determinada que se convierte en la prisionera de un príncipe transformado en bestia, encarnado brevemente en pantalla por el británico Dan Stevens. Los efectos digitales que dan vida a esta criatura –al igual que al resto de los habitantes del palacio encantado- son de la más alta calidad, borrando convincentemente la línea entre la realidad y la fantasía. Y si se le añade la tecnología 3D, la inmersión es aún más efectiva. 

Curiosamente, los que se roban el show son Luke Evans y Josh Gad como el villano “Gaston” y su acompañante “LeFou”, respectivamente. Ambos actores han sido cantantes desde el principio de sus carreras, por lo que sus intervenciones musicales naturalmente resaltan más. Evans incluso consigue elevar el personaje de “Gaston”, bastante simplón en la película original, pero que aquí adquiere un toque humorístico que resulta bienvenido, y Gad no podría ser mejor contraparte. La voz detrás de “Olaf” en Frozen arranca las mayores carcajadas, al punto de que uno quisiera que hubiese más de él en el filme. 

Los arreglos musicales a cargo de Alan Menken –uno de los dos compositores detrás de la cinta del 91- no han añejado un solo día. Desde la famosa “Be Our Guest” hasta “Something There”, las canciones suenan tan bien como siempre, aunque con algunas variaciones. Y cuando se entona el tema de “Beauty and the Beast”, el mayor obstáculo para el público será no romper a cantar en medio de la sala. La nostalgia es un sentimiento sumamente poderoso, y Disney lo sabe. En eso se basa la clave de su éxito cinematográfico, desde Star Wars hasta Marvel y películas como esta, que nos revenden recuerdos de la infancia en un nuevo y atractivo empaque. Mientras los sigan produciendo así de bien, continuarán siendo invencibles en la taquilla.