Partidario inflexible del arte de enseñar y no decir, Steven Spielberg no pierde tiempo en establecer visualmente las difusas barreras morales que imperan tanto en Bridge of Spies como en la época en la que se desarrolla. 

La película abre con el reflejo de un hombre en un espejo. La cámara retrocede lentamente hasta enseñar que se trata de un pintor realizando un autorretrato. Spielberg termina el tiro con el sujeto de espaldas, partiendo el encuadre entre cómo este se ve y cómo se representa sobre el lienzo. Para un espía soviético en medio de la Guerra Fría, la diferencia entre la verdad y la percepción no podría ser más crucial.

Tras esta fantástica introducción, Spielberg prosigue con una de las mejores secuencias iniciales de su carrera, siguiendo los pasos del susodicho espía “Rudolf Abel” –interpretado minimalistamente por Mark Rylance con la calma de maestro violinista que jamás falla una sola nota- mientras se escabulle por las calles de Manhattan, seguido a distancia por agentes de la CIA. Sin música ni diálogo por lo que parecen ser unos 10 minutos, Spielberg plasma el reñido conflicto entre ambas potencias mundiales dentro de un contexto urbano y conocido en el que la filtración de información era la mejor artillería. La secuencia culmina con “Rudolf” detenido en su hogar bajo sospecha de espionaje, y por aquello de mantener las apariencias de la justicia estadounidense ante los ojos del mundo, se le concede un juicio “justo”.

La cuarta colaboración entre Spielberg y Tom Hanks no podría capturar mejor la madurez de ambos artistas en sus respectivas ramas. Por un lado tenemos a un maestro de la dirección culminando lo que podría ser apreciado como un tríptico en su filmografía, marcado por obras de época en las que canaliza a dos de sus mayores influencias cinematográficas: John Ford en War Horse,  y Frank Capra tanto en Lincoln como ahora en Bride of Spies, filme que muy bien pudo haber sido titulado Mr. Smith Goes to East Berlin. Y para esto, ¿quién mejor que Hanks para evocar las virtudes y reservado heroísmo del hombre común que caracterizó Jimmy Stuart en sus papeles más memorables?


Hanks interpreta a James B. Donovan, el abogado de seguros que en 1957 fue asignado por su firma a representar a un espía soviético acusado de traición. Cabe señalar que el libreto –escrito por Matt Charman y los hermanos Ethan y Joel Coen, cuyo particular sentido del humor sobresale una vez la trama pasa al otro lado del Atlántico- está basado en la verdadera historia de Donovan, el letrado con las más firmes convicciones éticas que no le permitieron hacer otra cosa que defender a su cliente hasta el límite de sus habilidades. Tanto así, que cuando un piloto estadounidense se estrella en la Unión Soviética y es encarcelado, Donovan es seleccionado por la CIA para ir a Alemania del Oeste y negociar el intercambio de espías.

Al igual que Lincoln, la trama transcurre mayormente dentro de oficinas en las que la diplomacia van de la mano del pulseo político y en las que se llevaron a cabo multiplicidad de discusiones tras bastidores que impidieron una hecatombe nuclear durante décadas. Para Spielberg, un fanático confeso de James Bond, su incursión en las historias de espionaje gravita más hacia John le Carré que hacia Ian Fleming, así que los que vayan esperando Casino Royale se toparán con algo más parecido a Tinker Tailor Soldier Spy. La película pierde un poco de fuerza en su segundo acto, cuando se torna repetitivo el proceso burocrático en el que se ve involucrado Donovan con las distintas autoridades comunistas, pero una vez llegamos a Europa esto se disipa.

Aun con todas sus virtudes, Bridge of Spies no es del todo exitosa. Hay una subtrama que se queda en el aire y varios papeles que no trascienden la superficie, como el de Amy Ryan en el rol de la esposa de Donovan, quien aquí no es más que un elemento decorativo dentro de la típica familia americana perfecta de los años 50. También sería fácil tildar el filme de “humilde” y “pequeño” –incluso “anticuado”- al compararlo con otras obras de Spielberg, mas esto sería restarle mérito a una extraordinaria puesta en escena que solo podría ser fabricada por las manos de un experto. Lo que ocurre es que Spielberg lo hace ver tan fácil que una película “buena” de él sería considerada una “obra maestra” bajo la dirección del 95% de los cineasta contemporáneos.