A estas alturas de su carrera, luego de escribir y dirigir más de medio centenar de películas, no debe sorprender a nadie que Woody Allen este recorriendo lugares comunes dentro de su propia filmografía, que es prácticamente lo mismo que decir que dentro de su propia vida. En su nuevo filme, Café Society, Allen se remonta a la era dorada de Hollywood con los amores y desamores de dos jóvenes como punto de partida para una trama liviana y llevadera.

Jesse Eisenberg es “Bobby”, el hijo menor de una familia humilde, que se muda de Nueva York a Los Ángeles en busca de un cambio de ambiente y mejores prospectos románticos. Allá encuentra trabajo con la influencia de su tío -interpretado por Steve Carell-, un poderoso agente de las luminarias del cine, a la vez que fija su mirada en la secretaria de este, “Vonnie”, una radiante Kristen Stewart, con quien inmediatamente entabla una relación amistosa con miras a que se convierta en algo más. ¿El problema? “Vonnie” es la amante secreta de su tío.

El conflicto no abarca más que ese simple triángulo amoroso que Allen utiliza como punta de lanza para examinar la naturaleza del amor y la complacencia que se asienta a medida que van avanzando los años, truncando sueños y fabricando una nostalgia por el “qué habría sido”. La reunión en pantalla entre Eisenberg y Stuart –quienes trabajaron juntos en la subvalorada comedia Adventureland- funciona más gracias a su esfuerzo actoral que a la pluma de Allen, quien escribe a “Bobby” como su típico subrogado y a “Vonnie” como la idílica musa que reaparece constantemente en su canon cinematográfico, dos arquetipos que el cineasta rara vez ha logrado evitar.

Al hablar de una película de Allen, es tan importante hablar de los actores secundarios como de los protagonistas. De ellos, sobresalen Jeannine Berlin como la cómica madre judía que el aclamado guionista puede escribir con los ojos cerrados, así como Ken Stott, quien interpreta a su marido. El filme cobra vida cuando Allen cambia el enfoque del trillado triángulo amoroso a la vida familiar de “Bobby”, por lo que estos personajes resultan esenciales para su disfrute.

Café Society no ofrecerá un nuevo matiz del director neoyorquino, pero igual no deja de ser un ameno entremés en lo que saca otra película que deje una mayor impresión. La espléndida cinematografía del maestro Vittorio Storaro vale el precio de admisión por si sola.