El rencor es palpable en Killing Them Softly, aun cuando el director y guionista Andrew Dominik lo  contrarresta salpicándolo con instancias de humor negro. Al adaptar la novela Cogan’s Trade (1974), de George V. Higgins, y trasladar su trama al 2008, el cineasta le imparte una mirada ultracínica al profundo malestar dejado por la administración de George W. Bush tras ocho años en la Casa Blanca.

La presencia del ex presidente de Estados Unidos es constante –aunque no siempre visible- a lo largo de la película, protagonizada por criminales, que continúan sus rutinas mientras en la radio y la televisión se informa mediante la transmisión de noticias acerca de la debacle económica de Wall Street. De esta forma, Dominik subraya clara y –quizá forzosamente-, el mensaje que desea transmitir con su narrativa, colmada por personajes desganados, abatidos y –más que nada- molestos por los estragos de la economía.

Una rudimentaria premisa para este género -que gira en torno a un asesino a sueldo al acecho de dos hombres que irrumpieron durante un juego de póker de un líder de la mafia de Nueva Inglaterra- cobra nuevos matices dentro de este contexto tan cercano al presente. Dominik desarrolla el argumento a través de extensas y cautivantes escenas dialógicas que le brinda al excelente elenco amplias oportunidades para hacer alarde de sus habilidades histriónicas.

Brad Pitt interpreta a “Jackie Cogan”, el matón encargado con hacer cumplir las leyes internas de la mafia. Tras identificar rápidamente a los ladrones, “Jackie” se reúne con un personaje anónimo que aparenta ser un abogado –encarnado por el gran Richard Jenkins- para discutir cómo proceder al respecto. De cara a la pobre economía, hay que abaratar costos, incluso para mandar a matar a alguien, y cuando deciden contratar a un asesino de Nueva York (James Gandolfini), es necesario discutir si volará primera clase o “coach” y cuánto cobrará por cabeza.

Este sentido de ironía distingue a Killing Them Softly y transforma lo que pudo haber sido una cinta totalmente olvidable en uno de los mejores largometrajes de la temporada. El singular toque de Dominik se manifiesta también en su dirección. Aun cuando la película se compone mayormente de diálogos, el cineasta halla la manera de realzarlos visualmente y transmitir tensión, particularmente en una estupenda escena entre un intimidante Pitt y Scoot McNairy, como uno de los dos ladrones.

Con esta nueva obra, Dominik retoma las mejores destrezas que demostró en la magnífica The Assassination of Jesse James by the Coward Robert Ford –una de las mejores películas de la pasada década- y las compacta en 97 minutos. Apoyado una vez más de un tremendo reparto, Dominik continúa indagando en el mundo criminal, desarrollando complejos personajes con quienes nos identificamos por medio de las circunstancias que los rodean y los dilemas que atraviesan.