No importa en cuántos romances hayas estado involucrado a lo largo de tu vida, el primero jamás se olvida. Hay una pureza, una candidez, una magia inigualable que va intrínsecamente vinculada a ese primer amor infantil, aun cuando no sea correspondido, como, confieso, fue mi caso.

El romance -este sí correspondido- entre “Sam” y “Suzie”, protagonistas del adorable filme Moonrise Kingdom, fue así, inolvidable, matizado con las épicas adversidades –tan “épicas” como pueden serlo desde la perspectiva de un niño-- típicas de una tragedia de Shakespere. El laureado director Wes Anderson nos ofrece esta íntima aventura, diminuta tan sólo en la proporción de sus dos personajes principales, ya que en términos de emociones es una de las más profundas de su filmografía.

Esta es la primera película de Anderson que se desarrolla en el pasado, lo que de entrada sonará extraño, ya que sus trabajos, como The Royal Tenenbaums y The Life Aquatic, sólo lo sugieren por su nostálgico estilo visual y selección de temas musicales. En Moonrise Kingdom, la meticulosa composición de los recuadros se asemeja a abrir un antiguo álbum fotográfico lleno de recuerdos que cobran vida en la pantalla a través de la cinematografía rica en tonos sepia de Robert D. Yeoman y los curiosos personajes escritos por Anderson y Roman Coppola. 

El cineasta nos transporta a una islita en la costa de Nueva Inglaterra, en los años 60, que alberga un campamento de una variación de los Boy Scouts, tropa a la que “Sam” pertenece aunque nunca ha sido aceptado por sus compañeros. “Sam” se escapa del campamento al mismo tiempo que “Suzie” -hija de dos abogados que habitan en la Isla- se marcha de su hogar con miras a iniciar ambos una vida juntos. Las autoridades emprenden una búsqueda mientras los enamorados llevan a cabo el plan que delinearon en secreto durante meses de manera epistolar. 

Cuando Moonrise Kingdom se concentra, no sólo en los pequeños protagonistas, sino en el resto de los niños del elenco, la cinta brilla maravillosamente. Jared Gilman y Kara Hayward, quienes interpretan a “Sam” y “Suzie”, respectivamente, actúan con gran espontaneidad, comportándose como niños precoces característicos del universo de Anderson. El romance entre ellos es tierno, genuino, incluso a veces preocupante desde las perspectivas de aquellos que somos padres, pero jamás pierde su inocente naturaleza.

Sólo cuando Anderson aparta la atención de los niños –que afortunadamente no es muy frecuente - es que se pierde un poco el interés en la historia. Sin embargo, individualmente, Edward Norton, como el líder de la tropa; Frances McDormand y Bill Murray, como los padres de “Suzie”; Bruce Willis, como el capitán de la Policía; y Tilda Swinton como Servicios Sociales (Swinton es una fuerza tan autoritaria que su personaje comprende una agencia entera) complementan perfectamente el relato.

El acompañamiento musical siempre ha sido una de las cualidades del cine de Anderson, y aquí no es la excepción. Un hermoso coro  de niños ambienta la narrativa, ya sea por medio de viejas canciones infantiles o por la excelente banda sonora de Alexandre Desplat, que evocan la clásica composición rusa de Pedro y El Lobo, de Sergei Prokofiev, con su estilo juguetón que le ofrece un destaque especial a cada uno de los instrumentos.

La cinta se toma su tiempo en arrancar y el primer acto es el más flojo de los tres, pero al final se gana a los espectadores con su encanto. La música, el elenco, la ambientación y el corazón de niño de Anderson convergen en la mágica puesta en escena, haciendo de Moonrise Kingdom una de las mejores historias de amor que se ha visto en el cine en los últimos años, independientemente de la edad de los enamorados.