Regresar a la Tierra Media del universo de The Lord of the Rings prueba ser una divertida aventura -con algunos estorbos en el camino- parcialmente sostenida en los hombros  del éxito alcanzado por una de las mejores trilogías en la historia del cine. The Hobbit: An Unexpected Journey es un buen filme, fiel al espíritu infantil y jovial del texto del autor británico J.R.R. Tolkien, mas sin embargo se queda corto de igualar los excelentes largometrajes que vinieron antes, comparación al  que lamentablemente estará sujeto en vista de que éste y los dos capítulos subsiguientes funcionarán a modo de precuela.

Siendo justos, lo mismo se podría decir de los libros de Tolkien, aunque él los escribió en orden cronológico. Contrario a la saga de The Lord of the Rings -una ambiciosa épica con tonos más serios y oscuros que se inspiró en parte en los horrores de la Primera y Segunda Guerra Mundial-, The Hobbit fue escrito estrictamente como un cuento para niños, circunscrito a la simple andanza de un hobbit y 13 enanos por recuperar su hogar, junto al enorme tesoro que alberga, de las garras de un dragón.

Al adaptarla al cine, el director Peter Jackson y las guionistas Philippa Boyens y Fran Walsh, optaron por expandir la historia de The Hobbit basándose en los apéndices que Tolkien publicó en The Lord of the Rings y que ofrecían un trasfondo al cuento original, convirtiendo un libro de unas 300 páginas en una trilogía cinematográfica que probablemente alcanzará las nueve horas de duración. En esta primera entrega, Jackson regresa a su zona de comodidad tres años despues de la desastrosa The Lovely Bones, haciendo alarde de sus mayores habilidades como director y, sí, también incurriendo en sus más molestosas tendencias.


Tras un impresionante prólogo en el que se expone el pasado de los enanos que fueron expulsados de su montaña por la furia temible dragón Smaug, la cinta tropieza en el arranque al devolvernos a la comarca donde habitan los hobbits. El primer acto transcurre a un letárgico paso  mientras establece a los protagonistas de esta travesía, muchos cuyos nombres jamás nos aprenderemos y que están ahí sencillamente por lealtad a la obra original, algo que dista mucho de las películas originales en las que cada integrante del equipo era relevante.

Los importantes son el hechicero Gandalf –interpretado una vez más por Ian McKellen, en un papel que domina a la perfección-, el enano líder del grupo y heredero del trono de su raza, Thorin Oakenshield (Richard Armitage) y, por supuesto, el hobbit Bilbo Baggins, encarnado por Martin Freeman en un rol que le cae como, digamos… “anillo al dedo” (¿vieron lo que hice?), a este carismático actor inglés. Una vez Gandalf logra convencer a Bilbo de que los acompañe como el ladrón del grupo, el ritmo del largometraje mejora considerablemente, aunque no libre de problemas. 


En su afán porque esta nueva trilogía empate con la anterior, Jackson, Boyens y Walsh introducen secuencias tangenciales que por sí solas son estupendas, como la batalla de los enanos a las afueras de las minas de Moria o la reunión que se lleva a cabo en Rivendell entre las mentes más brillantes de la Tierra Media, con motivo de una oscura amenaza que se está manifestando en los bosques. Fanáticos de los libros se saborearán estos momentos con gran gusto, aun cuando sólo sirven a manera de exposición -y "fan service"- para atar cabos históricos dentro de este mundo y apartan el foco de los personajes principales.

Donde sí Jackson reincide en sus faltas como director –evocando su versión de King Kong- es en las secuencias de acción, emocionantes, sí, pero todas más extensas de lo que deberían ser y sorprendentemente colmadas de un sobreuso de efectos computarizados. No es que el CGI sea malo (aunque ciertamente Jackson parece estar canalizando a George Lucas al alejarse de los efectos prácticos), pero cuando secuencias enteras se realizan mediante esta tecnología, lo que aparece en pantalla pierde algo de verosimilitud, por más paradójico que esto pueda sonar en vista del contexto en el que se desarrolla la película.


Pero si por un lado el CGI es excesivo, por el otro hay que exaltar las fantásticas creaciones como los gigantes de piedra y, sobre todo, Gollum, personaje computarizado que ahora se ve mejor que nunca, y que cobra vida nuevamente a través de la magnífica interpretación capturada por los movimientos y gesticulaciones del gran Andy Serkis. En su memorable secuencia junto a Bilbo -la mejor del largometraje- yacen todas las virtudes de este filme, proveyendo un necesario respiro a todas las ostentosas secuencias de acción para recordarnos que el mayor encanto de esta franquicia es el vínculo emocional con sus personajes, algo que logra en el tercer acto y quisiera ver mejor desarrollado en las próximas dos entregas.

Hasta que éstas no estrenen, será imposible saber si Jackson conseguirá repetir el éxito del pasado con esta nueva trilogía. Expandir una historia tan sencilla a lo largo de tres películas es razón de preocupación. Mientras en The Lord of the Rings tuvo que cortar, ahora tiene que añadir, cuando lo que más ha necesitado el cineasta en sus últimos trabajos es la mano de un diestro editor. Somos muchos los que queremos ver más de la Tierra Media, pero no a expensas de una satisfactoria experiencia cinematográfica.

The Hobbit: An Unexpected Journey es un buen indicio, con todo y mis reservas, devolviéndonos a un lugar familiar que nos hace sentir bien y que jamás deja de entretener con un espectáculo hecho para la pantalla grande. Es difícil resistir las emociones que llegan cuando se regresa a un mundo que nos cautivó anteriormente, más cuando se hace con empeño. Si he sido un fuerte crítico de las fallas del filme ha sido por una combinación entre cariño por la trilogía original y recelo porque ésta no esté a la par. Aún no se halla en ese punto, pero el potencial está ahí.