Entre los amantes del séptimo arte, pocos, si algún otro estreno del 2012, era más anticipado que The Master, el excepcional filme que marca el regreso del cineasta Paul Thomas Anderson tras cinco largos años de espera desde la primicia de su máxima obra, There Will Be Blood.

El nuevo trabajo de Anderson comparte varias similitudes con esa gran película en la que la religión y el capitalismo fueron encarnadas respectivamente por Paul Dano y Daniel Day Lewis en un soberbio drama.  La religión regresa en The Master, pero ahora con una fe más reciente que el cristianismo: la cienciología, fundada en los años 50  por el autor de ciencia ficción L. Ron Hubbard. Con este tema, Anderson desarrolla el guión más complejo que ha escrito hasta ahora, donde el argumento gira en torno al poder y/o necesidad de la creencia, independientemente del credo.

El discípulo depende del maestro; el maestro, del discípulo. Ese tipo de relación basada en la necesidad mutua se manifiesta en pantalla por medio de las monumentales actuaciones de Joaquin Phoenix, el discípulo,  y Philip Seymour Hoffman, el maestro, aunque a veces parece ser al revés. Anderson alterna sutilmente los roles que ambos actores interpretan en este fascinante drama en cuyo centro hay una íntima relación entre dos hombres que necesitan de la existencia del otro.

Phoenix encarna a “Freddie Quell”, un veterano de la Segunda Guerra Mundial en busca de dirección, de algo que sane una angustia que lo agobia y cuyas razones tan sólo podemos inferir por las pocas entradas que Phoenix nos ofrece al críptico personaje. “Freddie” es un hombre en constante agonía, inquieto, vulnerable… sentimientos que a veces expresa con gran ferocidad.

Traumas del pasado -entre ellos abusos durante la infancia, un amor sin consumar y su participación en la batalla del Pacífico- lo han convertido en el hombre que es: a la deriva, desubicado dentro de la sociedad. Phoenix encarna el papel de suma dificultad emocional con tal convicción que su dolor se siente en el tuétano y trasciende el recuadro. Le tememos a la vez que quisiéramos consolarlo. Es un papel transformativo que definirá la carrera del actor de hoy en adelante.


Hoffman es igualmente impresionante –aunque mucho más controlado- en su interpretación de “Lancaster Dodd”, el carismático líder de una emergente secta conocida como The Cause. Ambos se conocen cuando “Freddie” -tras varios intentos fútiles por reintegrarse a la sociedad- se esconde dentro del yate de “Dodd”, quien de inmediato ve en él a un hombre perdido. Le abre las puertas a su núcleo familiar y le imparte su doctrina de autoayuda que pregona que los humanos son entes añejos, con vidas pasadas, y que persigue la perfección y el éxito.

El estrecho séquito de “Dodd” incluye primordialmente su familia. Mientras su hijo mayor despacha The Source como un invento cuyos fundamentos su padre va cambiando a gusto y gana a lo que mejor le convenga, su fiel esposa –interpretada por Amy Adams con una inusual frialdad para la actriz- no es nada sino devota. Superficialmente, “Peggy Adams” es la esposa perfecta, servicial y amorosa, pero Adams le provee matices que hacen de su presencia una incómoda, esto sin contar un íntimo momento en el que somos testigos de quién verdaderamente manda en su matrimonio.

Entre las muchas ideas y conceptos que Anderson expone en pantalla, una de ellas es la dualidad del hombre, debatiéndose entre lo primordial, sus instintos animales, y la razón. De todas las fantásticas escenas en las que Phoenix y Hoffman se enfrentan cara a cara -alcanzando un magnetismo que impide apartar los ojos de la pantalla-, ninguna expresa mejor este conflicto interno que la que se desarrolla en una cárcel, con Phoenix en el rol de la fiera y Hoffman en el del raciocinio.

Anderson encuadra esa secuencia con la misma maestría visual que se observa a lo largo del largometraje, hermosamente filmando en 70mm con una gloriosa cinematografía de Mihai Malaimare Jr. rica en tonos cálidos que junto a al magnífico diseño de producción dan vida a los años 50 en Estados Unidos y que sirven de contrapunto al frío drama. La fantástica banda sonora de Jonny Greenwood ayuda a rellenar los espacios negativos con unas composiciones que proveen amplitud a las fuertes emociones que se manifiestan en pantalla y abonan a la desconcertante atmósfera que Anderson construye junto a su elenco.

Temáticamente,  The Master es la propuesta más ambiciosa de Anderson. Su efecto en el espectador es inmediato pero la impresión que deja en él no será palpable sino hasta días después, cuando aún resulte difícil sacudirla. Por momentos es impenetrable y en otros expone verdades universales sobre la condición humana y lo que nos define como especie que nos llevan a la reflexión. Al igual que There Will Be Blood, es una obra caleidoscópica que invita a ser revisitada múltiples veces en futuras ocasiones para ver qué nuevas formas cobra ante nuestros ojos. 

The Master se exhibe desde hoy en los teatros Fine Arts Cafe de Hato Rey y Miramar.