¿Cuán buena es Dawn of the Planet of the Apes? No es buena; es excelente, tanto así que ha sido el único estreno de julio que me ha motivado a hacer una pausa en mis vacaciones para escribir acerca de él. Se trata de la mejor entrega de esta popular serie cinematográfica desde que Charlton Heston maldijo a gritos a la humanidad ante las ruinas de la Estatua de la Libertad. Expertamente dirigido por Matt Reeves, el largometraje es el más reciente ejemplo de lo que todos los blockbusters deberían aspirar a ser, proporcionando el espectáculo característico de la época veraniega pero enfocado principalmente en apelar a los sentimientos e inteligencia del espectador. Esta es una poderosa secuela, y su fuerza emana del mismo espíritu de condena social que ha distinguido a la franquicia desde 1968.

El dominio de la humanidad sobre la Tierra acabó en Rise of the Planet of the Apes,  y si esa película fue el “bang”, Dawn es el gemido. Reeves establece la sombría atmósfera que imperará a lo largo del filme desde el estupendo prólogo: un solemne montaje de reportajes noticiosos y gráficas computarizadas que trazan la propagación del llamado “virus simio” a lo largo y a lo ancho del planeta. Ha transcurrido una década desde que los simios se rebelaron en San Francisco, y mientras los remanentes de los homo sapiens luchan por sobrevivir, sus parientes más lejanos en la escala evolutiva prosperan pacíficamente en los bosques californianos bajo el liderazgo de “César” -el cautivante protagonista y uno de los personajes más asombrosos del cine contemporáneo-, quien se ha encargado de enseñar a leer y escribir a los integrantes de su colonia. Aún no todos hablan, comunicándose mayormente a través de señas, pero cuando lo hacen no deja de ser sorprendente.   

“César” es interpretado una vez más por Andy Serkis, el mago del “motion capture” cuya actuación es tan eficaz que trasciende los efectos digitales que la adornan. Es necesario destacar a Serkis desde el principio pues su encarnación compone la médula de este renacimiento moderno de la clásica saga de ciencia ficción en el que las fantásticas máscaras prostéticas de John Chambers han sido sustituidas por la increíble combinación de la tecnología y el arte histriónico. Serkis parece canalizar la grandeza del legendario Toshiro Mifune en su caracterización del imponente simio. Su penetrante mirada –plasmada en el tiro inicial mediante un impactante close-up extremo- posee la ferocidad que expresó el artista nipón en Throne of Blood, mientras que el papel protagónico en otro clásico de Akira Kurosawa, Red Beard, le pudo haber servido de guía para denotar la sabiduría y autodominio propio de todo buen líder.


El milagro se da cuando su interpretación se fusiona con el talento de unos de los mejores artistas digitales que los bolsillos de Hollywood pueden comprar: Weta Digital, la compañía detrás de The Lord of the Rings, Avatar, District 9The Adventures of Tintin y otras prodigiosas muestras de lo que la tecnología de “motion-capture” representa para el futuro del séptimo arte. Los efectos especiales de Dawn of the Planet of the Apes poseen un nivel de verosimilitud tan elevado que resulta difícil cuestionar su realidad, creando chimpancés, orangutanes, gorilas, caballos, osos y otras especies que dejan al público boquiabierto. Reeves se arma de estos para enfatizar el drama en momentos íntimos cargados de sentimientos y puntualizar la intensa acción que abunda en el tercer acto. No se trata de un caprichoso despilfarro de efectos especiales (a la Transformers), sino del cuidadoso uso de estos para hacernos olvidar que estamos viéndolos y así fijar nuestra atención en la historia.

De nada valdrían los millones de dólares que se invierten en la realización de este mundo y quienes lo habitan si no contaran con un argumento que valide su razón de ser. Afortunadamente, la secuela cuenta con el excelente guión de Rick Jaffa, Amanda Silver y Mark Bomback que se enfoca en exponer lo que ocurre cuando el tribalismo impera en una sociedad egoísta y armada hasta los dientes. Del mismo modo que Planet of the Apes sirvió como una alegoría del discrimen y segregación racial que alcanzó su punto de ebullición en la década del 60, Dawn realiza una contundente crítica de la falta de un control de armas en Estados Unidos. Basta con el disparo de una bala para que todo se venga abajo.

Es así como termina la relativa paz que existía entre la comunidad simia y los humanos sobrevivientes, cuando estos invaden el territorio de “César” para intentar reparar una represa que podría energizar una sección de San Francisco, y uno de ellos dispara contra un chimpancé. El miedo a lo desconocido es algo natural, pero el miedo armado de un revólver es lo que lleva a cometer estupideces. Los humanos rápido quieren tomar la represa a la fuerza con el arsenal que tienen a sus disposición, pero su líder, “Dreyfus” (Gary Oldman) concede tres días para que un grupo negocie pacíficamente con los simios. Jason Clarke y Keri Russell interpretan a la pareja que se encarga de llegar a un acuerdo con “César”, y es a través de este trío que se manifiestan las mayores virtudes “humanas”, aunque en este caso la especie es relativa. 


Sería fácil pintar a los humanos como los villanos, pero el libreto no peca de caer en esas crasas simplificaciones. Los simios también piden la guerra, pero “César” es más sabio que eso, y la película explora con suma perspicacia la fragilidad de la paz y cómo esta está a la merced de las decisiones de líderes que –a su juicio- están actuando del lado del bien. Tanto los humanos como los simios tienen el mismo objetivo: sobrevivir y defender a su especie, pero ambos bandos poseen sus propias manzanas podridas y solo se necesita de un arma diseñada para matar en las manos de una de ellas para elevar las tensiones y provocar consecuencias irreparables. Tan contunden es el mensaje anti-armas que Reeves evoca una de las imágenes más memorables de 2001: A Space Odyssey –el momento en el que el simio aprendió a matar- para subrayarlo.

Todo esto suena como material muy pesado para un blockbuster veraniego, pero tal es la ambición de Dawn of the Planet of the Apes, una cinta que cuenta con escenas completas en las que simios se comunican a través de señas y resulta difícil creer que se trata de un estreno comercial. Reeves, sin embargo, no olvida la esperada acción que la audiencia requiere de su entretenimiento popular, y cuando es hora recurrir a ella, el director realiza lo que fácilmente se eleva como el mejor trabajo de su filmografía. El conflicto armado que se desata entre humanos y simios es tan emocionante como escalofriante, colocando al espectador en medio de la batalla del mismo modo que lo hizo en la subestimada Cloverfield, en una deslumbrante secuencia donde podemos ver la acción desde el punto de vista de un simio mientras la cámara gira 360 grados. 

Calificar esta secuela como “el mejor estreno del verano” no sería incorrecto, pero esta es una aseveración fácil y hueca cuando la mayoría de los estrenos veraniegos apuestan a la mediocridad, a estimular la pupila e ignorar el cerebro. ¿Por qué no se pueden tener las dos cosas? ¿Por qué no exigir más de nuestro entretenimiento escapista? Estas, también, son palabras huecas que caerán en oídos sordos, pero no está de más recordar que es posible tener lo mejor de los dos mundos. No es común, pero a veces ocurre, y cuando los presenciamos hay que atesorarlo. Los magníficos efectos especiales de Dawn of the Planet of the Apes son el gancho. Son sus ideas, emociones y personajes íntegramente desarrollados lo que la hacen memorable.