Han estrenado tantas películas de superhéroes en la última década que ya prácticamente podemos anticipar lo que veremos en ellas, con los disfraces a veces proveyendo el único semblante de variedad en esta entretenida lucha entre el bien y el mal. Mientras Doctor Strange no escapa totalmente de los arquetipos más marcados del género, sí logra distinguirse dentro de él con una impactante apuesta visual que expande el universo cinematográfico de Marvel hacia lo cósmico y lo psicodélico, cautivando al público con imágenes que invitan a resistir el parpadeo con tal de no perderse ni un instante. Es la clase de producción que exige verse en IMAX y en tres dimensiones.

Esto será evidente desde la asombrosa secuencia inicial, que comienza con el saqueo de un antiguo templo, perpetrado por un grupo de guerreros místicos y posteriormente traslada la acción a través de un portal a las calles de Londres, donde las leyes de la física desaparecen para dar paso a combates que combinan poderes mayormente vistos en el anime, con escenarios sacados de Inception. La dirección de Scott Derrickson le da un sentido de escala al filme nunca antes visto en las cintas de Marvel, estableciendo de entrada que los confines de las secuencias de acción solo se verán limitados por la capacidad imaginativa de su equipo de efectos especiales.

El “Hechicero Supremo”, como también se le conoce a “Doctor Strange”, hace su debut en el cine a través de Benedict Cumberbatch, el popular actor británico que –al menos físicamente- parece haber nacido para interpretarlo. Cumberbatch posee un aire de seriedad que automáticamente centra al personaje de “Stephen Strange” dentro de la realidad antes de impulsarlo hacia lo desconocido. El arrogante y experto neurocirujano con ínfulas de Dios evoca de inmediato a otro héroe egocéntrico propenso al sarcasmo: “Tony Stark”. Este sentido de déjà vu persiste durante el primer acto del filme, cuando vemos a “Strange” sufrir un aparatoso accidente que lo deja incapaz de operar, propiciando una obsesión por hallar la manera de reparar sus destruidas manos.

Los paralelismos entre “Strange” y “Stark” comienzan a disiparse cuando el médico se traslada a Nepal en busca del “Ancient One”, un supuesto gurú espiritual capaz de curar lo incurable. Es aquí donde hace su entrada oficial la extraordinaria Tilda Swinton, demostrando una vez más que todas las películas –todas- mejoran exponencialmente con su mera presencia. Con su andrógina apariencia, Swinton encarna a un ser cuyo género aparenta ser tan indefinible como su edad. Lo único que queda contundentemente claro es su vasta sabiduría, la cual utiliza para guiar a “Strange” a un plano trascendental en el que ella y sus aliados son la última línea de defensa contra las fuerzas del mal que repercuten a través del tiempo y espacio.

El guión a cargo de Derrickson, C. Robert Cargill y Jon Spaihts traza una típica historia de origen para el protagonista, con un régimen de entrenamiento que abarca la totalidad del segundo acto antes de proseguir a la acostumbrada salvación mundial, que consiste en detener los planes de un antiguo pupilo del “Ancient One” de traer a nuestra plano existencial a un villano cósmico con un nombre inmemorable y la apariencia de una nébula antropomorfa. Los antagonistas siguen siendo el talón de Aquiles de Marvel, pero cuando estos son interpretados por actores de la talla de Mads Mikkelsen, la falla no es tan pronunciada.

Lo que sí resulta sorprendente es lo forzado que se siente el humor, algo que suele ser una de las fortalezas de las producciones del estudio. Cuando este recae en Swinton o Chiwetel Ejiofor, como “Mordo” (¿acaso esta película no tiene el mejor elenco que se haya visto en una cinta de superhéroes?), los chistes caen un poco mejor, pero la comedia claramente no es una de las virtudes histriónicas de Cumberbatch. El actor británico no sabe cómo hacer que un comentario jocoso se sienta natural, resultando en momentos tan incómodos como su lenguaje físico cuando intenta hacer reír.

Sin embargo, Doctor Strange va a ser recordada por sus visuales, por lo que su capacidad de proveer carcajadas es lo de menos, y en ese aspecto la película no decepciona. Las secuencias de entrenamiento introducen al espectador a las reglas del juego con gran eficacia, permitiéndole disfrutar el ingenio de la batalla final en todo su alucinante esplendor. Y a pesar de que la película se sentirá como un capítulo de la primera fase de Marvel, cuando las historias de origen dominaban y la homogeneidad entre ellas era palpable, las puertas que abre hacia otros rincones de este expansivo universo prometen aventuras que se saldrán de lo convencional.