Más que ningún otro conflicto bélico, la Segunda Guerra Mundial tiende a ser romantizada en la pantalla grande, particularmente cuando la mirada proviene de Estados Unidos. Contrario a las guerras en Vietnam o el Golfo Pérsico -con sus injustificados y descaradamente falsos pretextos-, la división entre los buenos y los malos que lucharon en aquella cruenta batalla está claramente marcada en blanco y negro. No es difícil resaltar a los héroes cuando el oponente está compuesto de sanguinarios exterminadores en masa liderados por un demente obsesionado con dominar el mundo, pero para el director y guionista David Ayer, la diferencia no es tan obvia cuando se deja a un lado los ideales y el “¿Por qué luchamos?” y nos enfocamos en la barbarie inherente del campo de combate.

Fury, la nueva película del cineasta detrás de End of Watch y el libreto de Training Day, no es nada más que una producción de estudio con ínfulas de Come and See (1985). Sin embargo, aun cuando Ayer se queda corto en sus ambiciones de igualar la profundidad y mucho menos los horrores expuestos en ese soberbio clásico ruso –al que ha señalado como una gran influencia-, el filme evita los extremos fáciles, desarrollándose mayormente en los pútridos grises, el fango, la peste y las montañas de cadáveres.

El largometraje se centra en el equipo a cargo de un tanque M4 Sherman –llamado “Fury”- mientras cruza Alemania en abril de 1945. Adolf Hitler está a pocas semanas de suicidarse, concluyendo así la guerra, pero para estos cuatro hombres el fin es algo tan remoto como el recuerdo de una vida sin la constante presencia de la muerte. Liderados por “Don 'Wardaddy' Collier” -Brad Pitt, reusando su acento de Inglourious Basterds-, el grupo se compone por el desagradable “Grady 'Coon-Ass' Travis” (Jon Bernthal), el mexicano “Trini ‘Gordo’ García” (Michael Peña) y el devoto “Boyd ‘Bible’ Swan”, interpretado ejemplarmente por Shia LaBeouf como el personaje más memorable de la cinta. Fuera de los problemas que ha tenido en el ojo público, entre este papel y el de Nymphomaniac, el 2014 ha sido un año muy sólido para LaBeouf.

“Bible” es la brújula moral del equipo y el centro emocional de Fury, más aun que “Norman Ellison”, el novato que se integra al comando del “Fury” para reemplazar a un soldado caído, encarnado por Logan Lerman en la más reciente repetición de su muletilla dramática del joven ingenuo. La trama se desarrolla alrededor de un trío de combates dentro de un periodo de 24 horas en los que las violentas circunstancias y sus nuevos compañeros le extirpan a “Norman” la humanidad que ellos mismos han perdido luego de tres años de lucha. 

La tripulación del “Fury” es la antítesis de los soldados que rescataron a “Ryan” en aquel filme de Steven Spielberg, reducidos a un estado cuasi animal en el que el único sentido que retienen es el de supervivencia. “Los ideales son pacíficos. La historia es violenta”, comenta “Wardaddy” en uno de los pasajes del guión de Ayer que parecen más profundos de lo que en verdad son. El cineasta logra decir más cuando los protagonistas callan sus pensamientos, como en la escena central en la que invaden la residencia de dos mujeres alemanas y la turbia moral del filme queda mejor evidenciada a través de la latente amenaza de una violación. Pitt sobresale en esta secuencia, y de no ser por lo familiarizados que estamos con su carisma de bonachón, su actuación sería sumamente escalofriante.

Ayer realiza un buen trabajo en las escenas de combate –memorablemente filmadas por el cinematógrafo Roman Vasyanov- dentro de las que despunta una que involucra la intensa batalla entre el “Fury” y un superior tanque Tiger alemán, pero al director se le va la mano en el extenso desenlace en el que nos obliga a sentir empatía por el destino de estos ásperos personajes. Tampoco ayuda el hecho de que la bombástica banda sonora de Steven Price se entrometa en cada momento emocional para subrayar lo que el público debe sentir. Para ser una película tan enfocada en evidenciar la naturaleza deshumanizante de la guerra, al final Fury sucumbe a las necesidades del cine comercial y abandona las fortalezas de su argumento nihilista.