Con cada año que pasa, la tecnología se va convirtiendo más y más en una parte integral de nuestras vidas, tendencia que en el cine se presta mayormente para argumentos posapocalípticos desarrollados en falsas utopías o tétricos escenarios en los que la humanidad se ve a la merced de las máquinas. En Her –una de las propuestas cinematográficas más interesantes que nos dio el 2013-, el director Spike Jonze no envilece ni ennoblece la tecnología, simplemente presenta su evolución natural partiendo del conocimiento actual, imaginando su futura integración orgánica en nuestro día a día y utilizándola para estudiar nuestra relación con ella.

La película sirve como la hermana mayor del cortometraje I’m Here, realizado por Jonze en el 2010, en el que dos robots se enamoran en medio de una ciudad en la que los autómatas y los humanos coexisten. Ambos trabajos comparten expresiones similares de la soledad y cuestionamientos acerca de la posibilidad de que las computadoras adquieran conciencia propia. En el caso de Her, se trata de un tierno romance cuya premisa –basada en el noviazgo entre un hombre y un sistema operativo- invita a la ridiculización con tan solo escucharla, pero que en pantalla funciona mejor que la mayoría de las relaciones sentimentales que se proyectan cada año.

Esto no sería posible sin las excelentes actuaciones de Joaquin Phoenix y Scarlett Johansson como la pareja protagónica, el primero dando cátedra de por qué es uno de los actores más camaleónicos del momento –solo compare su jovial trabajo aquí con el angustiado papel que interpretó en The Master-, y la segunda elaborando su personaje con tan solo su voz. La hazaña de Johansson es más compleja de lo que parece, porque aunque nunca aparece en pantalla, su presencia se siente en todo momento, tanto así como la de Hal-9000 en 2001: A Space Odyssey, solo que con un timbre coqueto y agradable contrario al que eriza la piel con su frialdad.

Phoenix encarna a “Theodore Twombly”, empleado de una empresa que se dedica a redactar hermosas cartas escritas a mano dictándoselas a una computadora. En este futuro indeterminado –que quizá es de aquí a 20 años como igual podrían ser 100, Jonze no especifica- el papel se ha convertido en un lujo, y su trabajo consiste en interpretar los sentimientos de otros como si se tratase de una tarjeta personalizada de Hallmark. La forma en la que abre su corazón para ejercer este oficio contrasta con sus propias emociones. El peso de estas se le nota en los hombros al caminar y en los entrañables recuerdos de la esposa de quien está separado.


“A veces pienso que he sentido todo lo que voy a sentir, y de aquí en adelante no sentiré nada nuevo. Solo inferiores variaciones de lo que ya sentí”, le confiesa melancólicamente “Theodore” a “Samantha” (Johansson), el primer sistema operativo diseñado con inteligencia artificial que promete satisfacer cualquier necesidad. El guión de Jonze explora hasta qué punto la tecnología puede llenar cualquier necesidad, más cuando es capaz de emular a los humanos, planteamiento recurrente dentro de la ciencia ficción pero uno que el cineasta deja mayormente en el aire cuando la historia toma un giro hacia un romance más convencional.

Por más extraño que pueda resultar el noviazgo entre “Theodore” y “Samantha” –el personaje de Amy Adams, como una vieja amiga de “Theodore”, describe el amor como “una forma de locura socialmente aceptable”-,  no es otra cosa que una relación a distancia. Ambos conversan a diario mediante la interface de su teléfono inteligente y tienen sexo excitándose verbalmente. Al igual que toda relación, experimenta cambios que la hacen más fuerte o más débil, y el gancho del filme es ver a estas dos entidades atravesar los obstáculos que enfrentan al no poder tener contacto físico. Lo que la distingue es la manera vanguardista que se ingenia Jonze -apoyado por el impresionante trabajo de su equipo artístico- para presentar una variación de lo conocido, pero es esta familiaridad la que limita su grandeza.

La cinematografía de Hoyte Van Hoytema retrata a Shanghái –ciudad que funge como la versión futura Los Ángeles- espléndidamente, manteniendo a “Theodore” rodeado por una leve neblina que se va disipando a medida que su futuro se torna más claro.  El diseño de producción, rico en tonos rojizos y cálidos, nos transporta a esta realidad sin que jamás dudemos de su probabilidad. No hay carros voladores y androides, solo el progreso normal que podríamos fácilmente vislumbrar desde el presente, y en su centro la exaltación de lo que nos hace humanos. Aunque no la amé como muchos de mis colegas -aun tras verla dos veces-, ciertamente hay mucho que admirar en Her