Han pasado siete años desde la última vez que Tom Hanks se puso el reloj de Mickey Mouse del profesor “Robert Langdon” y corrió por las calles de Europa, apuntó hacia antiguos murales, estatuas o pinturas y expresó verbosidades basadas parcialmente en historia y mayormente en pamplinas. En The Da Vinci Code encontró -“¡Spoiler Alert!”- a la descendiente de Cristo, en Angels & Demons defendió a El Vaticano de una amenaza terrorista, y ahora, en Inferno, su renombrado intelecto será la última línea de defensa entre un psicópata multimillonario y la exterminación de miles de millones de personas. Nada mal para un mero “simbólogo” de Harvard.

La más reciente adaptación de una novela de Dan Brown reúne a Hanks con el director Ron Howard en otra absurda aventura que funciona más como una guía turística europea que como un cautivante misterio. La acción arranca in media res, con “Langdon” hospitalizado en Florencia tras sobrevivir lo que aparenta haber sido un intento de asesinato que lo mantiene en un estado amnésico. El espectador comparte su condición, sin tener muy claro lo que está ocurriendo por cerca de la mitad de la película, mientras “Langdon” escapa junto a la doctora “Sienna Brooks” (Felicity Jones) de dos grupos de personas empeñados en arrestarlo o matarlo.

Afortunadamente, el dúo se ve obligado a realizar varias paradas en preciosas localidades florentinas para resolver una serie de acertijos dejados atrás por un maniático apocalíptico –interpretado por Ben Foster- que busca desatar un mortal virus entre la población. Howard utiliza la belleza arquitectónica o natural de Florencia como trasfondo de las secuencias de acción que se sienten como atracción de parque de diversiones, con el público a bordo de un vehículo que se mantiene en constante movimiento y sin una idea concreta de hacia dónde se dirige.

Mientras el elenco en general está sólido, con Jones esmerándose por no reírse tras recitar cada línea del guión y la danesa Sidse Babett Knudsen (The Duke of Burgundy, Westworld) interpretando un papel muy por debajo de su registro histriónico, cabe destacar el trabajo de Irrfan Khan como “Harry Sims”, una figura nebulosa dentro de la historia. Khan es el único que está en sintonía que las sandeces del argumento, encarnando a un personaje sacado del universo de James Bond con un pie en el sarcasmo y el otro en lo absurdo.

La competente dirección de Howard se suma al inigualable carisma de Hanks para –como acto de ilusionismo- esconder la avalancha de tonterías, contradicciones y saltos de lógica que abundan en el libreto David Koepp, probablemente originadas de la novela, que se va tornando más ridículo a medida que avanza la historia. Hay películas que piden que apagar el cerebro y simplemente disfrutar de la acción. Inferno pide que dejes el cerebro guardado en la gaveta de la mesita de noche antes de arrancar para el cine, como todas las otras películas de Dan Brown.  Y si disfrutó de las anteriores, esta probablemente lo complacerá con más de lo mismo.