A lo largo de una prestigiosa filmografía que se extiende a través de dos décadas, los artistas de Pixar se han convertido en absolutos maestros del arte de transmitir emociones por medio de la pantalla grande, por lo que resulta natural –y hasta un tanto insólito que no haya ocurrido antes- que su nueva película, Inside Out, gire en torno a ellas. Tras varios años padeciendo de un caso severo de “secuelitis” que truncó notablemente su admirable alcance creativo, los cineastas detrás de Wall-E, Toy Story y otras joyas de la animación moderna regresan con su obra más madura, imaginativa y original desde Up (2009), una historia desarrollada dentro del cerebro de una niña de 11 años dirigida a estimular tanto el intelecto como el otro órgano vital ubicado más hacia el sur.

La hermosa escena inicial nos hace testigos del nacimiento de una emoción, la más primitiva: la alegría. Su nombre es –obviamente- “Joy”, interpretada por Amy Poehler, en un papel vocal hecho a la medida para la jovial actriz. El pequeño ente con apariencia de hada resplandeciente aparece literalmente de la nada cuando “Riley”, la bebé en cuyo consciente ella habita, ve por primera vez el rostro de sus padres y les obsequia una sonrisa. Si esta secuencia provoca la primera lágrima a tan solo 90 segundos de haber comenzado la película, tenga en cuenta que esta fue dirigida por Pete Docter, el mismo que nos destrozó el corazón en los primeros 10 minutos de Up con aquel sublime montaje de la relación entre “Carl” y “Ellie”. El caballero ciertamente tiene un don para exprimir el lagrimal.

Al ir creciendo, la mente de “Riley” se va poblando de más emociones. Está “Sadness” (Phylys Smith), regordeta, azul y perpetuamente taciturna; “Fear” (Bill Hader), un flacucho que siempre parece estar al borde de una crisis nerviosa; “Anger” (Lewis Black), malhumorado, inflamable y color hormiga brava; y “Disgust” (Mindy Kaling), verde, engreída y producto de la primera experiencia de “Riley” con el brócoli. Los cinco personajes luchan por el dominio emocional de la niña -cuya mente se asemeja al puente de mando del U.S.S. Enterprise- coleccionando las emociones que siente cada día dentro de pequeñas esferas que guardan sus memorias. Algunas de estas son centrales a quién es ella, por lo que se guardan aparte y sirven de cimientos de su formación, como su pasión por el hockey y el amor por su familia, y es cuando estas se ven amenazadas que los problemas comienzan para “Joy” y sus compañeros.  

Docter y su codirector, Ronaldo del Carmen, nos introducen con suma facilidad a este ultra colorido, elaborado y fascinante universo interno sin recurrir a extensas e innecesarias explicaciones. Entendemos todo lo necesario orgánicamente y en cuestión de minutos. Cada concepto dentro de su sofisticado guión, por más abstracto que pueda ser –incluyendo precisamente el área de nuestro consciente habitado por pensamientos abstractos- tendrá sentido para grandes y chicos por igual, aunque serán los espectadores más adultos los que podrán apreciar el maravilloso ingenio que yace en el subtexto del argumento.

A medida que “Joy” se adentra en los confines de la mente de “Riley” –como el subconsciente y el estudio de televisión donde se filman los sueños- a raíz de un traumático evento que le roba su usual alegría y la lleva a inclinarse por las otras emociones, Docter y su equipo van introduciendo ideas más serias y emocionalmente profundas sin que esto le reste impulso ni diversión a la entretenida aventura. La juguetona banda sonora del frecuente colaborador de Pixar, Michael Giacchino –una de sus mejores en años recientes- contribuye a mantener el espíritu relajado que predomina en el largometraje, aunque esto no significa que no haya espacio para la tristeza.

En una decisión narrativa que parece extraída del canon de Studio Ghibli –cuyas películas han sido señaladas múltiples veces por los artistas de Pixar como fuentes de inspiración-, el filme familiar demuestra gran madurez al inculcarle a los niños que la rabia y el miedo son etapas naturales del crecimiento, tanto así como el desconsuelo. Inside Out se balancea sobre esa armonía emocional y de inmediato sobresale como uno de los mayores logros de un estudio que evidentemente aún retiene su magia.