Jackie
Natalie Portman y el director Pablo Larraín elevan el "biopic".

Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 9 años.
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El “mood” de la película se establece desde el principio, con la extraña banda sonora de la compositora Mica Levi (Under the Skin) haciendo su entrada incluso antes que la imagen. Los disonantes tonos –que parecen simular el angustioso respirar de alguien en sus últimos minutos de vida- introducen el estado anímico de su protagonista, la ex primera dama de Estados Unidos, Jaqueline Kennedy, a solo días de haber enviudado. Natalie Portman se adueña del rol en cuestión de segundos con su mera presencia. La vemos caminando detrás de dos niños que corren por el patio trasero de una mansión, jugando, mientras su madre y gran parte de la nación llora.
Basta con este prólogo para saber que Jackie no será un filme biográfico tradicional, preocupado con resaltar el legado de sus sujetos y presentarlos de una forma fácilmente digerible para un público que para esta época se deja llevar por las nominaciones a premios para elegir qué ver en el cine. La diferencia la hace el que se sienta en la silla del director: el chileno Pablo Larraín, quien aquí debuta en una producción anglosajona tras varios años acumulando laureles en los más prestigiosos festivales internacionales con varios trabajos de altura, entre estos No y El club.
Larraín aborda esta tragedia intrínsecamente estadounidense con el necesario distanciamiento de un extranjero, evitando el sentimentalismo que pudiese emanar del libreto de Noah Oppenheim, guionista de desechables producciones de estudio (The Maze Runner, Allegiant), quien demuestra que aún carece de las destrezas para introducir matices en su redacción, aunque sí encuentra un perfecto hilo narrativo para guiar el argumento. Es a través de ella que Larrían se sumerge en este mundo tan alienígeno para la mayoría de la población, el de la aristocracia política y los mitos que se erigen alrededor de ella, y cómo estos se vinieron abajo un viernes 22 de noviembre de 1963.
El filme se desarrolla en los días posteriores al asesinato de John F. Kennedy y cómo Jackie asimiló ese calvario como mujer, como esposa y como primera dama de un país en luto. La trama, estructurada alrededor de una entrevista que ofreció la viuda poco después del funeral, le ofrece a Portman la oportunidad de encarnar estas tres personalidades de Jackie Kennedy, con una cara para el público, otra en privado, y aquella -la verdadera- que solo deja ver en momentos de profunda franqueza. Es un trabajo magistral a cargo de una de las mejores actrices de su generación, que por momentos parece impenetrable y en otros transmite gran empatía.
Portman aparece en prácticamente todas las escenas, y la cámara de Larraín la sigue con la curiosidad de reportero cruzando esa línea invisible que divide al entrevistador del entrevistado. Sus mejores y más íntimos momentos los halla en secuencias que parecen extraídas de una película de terror, como cuando Jackie se limpia la sangre y pedazos de materia gris de su icónico traje rosado, o durante una de sus últimas noches en la Casa Blanca, escuchando el disco del musical favorito de su marido, quien ya no compartía su cama desde hacía algún tiempo. La cinematografía Stéphane Fontaine captura las imágenes como si las estuviera filtrando a través del tiempo, abonando al sentido de desconcierto que impera en la cinta.
En este mundo de apariencias, de mentiras y engaños, tanto Jaqueline como el filme están enfocados en la importancia de los símbolos y cómo estos perduran dentro de la psiquis colectiva de una nación. La organización de los ostentosos actos fúnebres compone gran parte de la duración de la película, y por más pueriles o caprichosos que puedan parecer, es a través de ellos que Larrían da con la complejidad de su sujeto, una mujer cuyo mayor legado fue remodelar la mansión presidencial, y que al final no solo parecía llorar la pérdida de su esposo, sino el fin de una fantasía fabricada y perpetuada por ella misma, una que ahora se desmorona a su alrededor como un castillo de arena.