David O. Russell se ha convertido en el maestro de la película promedio, aquella que cuando alguien te pregunta si te gustó, inspiran un “Sí” que se expresa prolongando la “s”, con los hombros encogidos y la cabeza inclinada hacia un lado. Películas como The Fighter, American Hustle y la que llega hoy a los cines, Joy: todas competentemente llevaderas e instantáneamente olvidables fuera de una que otra actuación que logra trascender su transitoria complacencia. No hay nada inherentemente malo con esta clase de entretenimiento pasajero, aunque sí sorprende la cantidad de nominaciones que sus filmes suelen recibir a los premios que -se supone- celebren lo mejor del cine.

Con Joy, Russell retorna a sus características familias disfuncionales que se encargan de pisotear todos los esfuerzos del personaje protagónico de echar hacia adelante para contar la verdadera historia de Joy Mangano, la inventora del “Miracle Mop”, mapo que la hizo multimillonaria en la década del 90. Desde entonces, Mangano ha patentado un centenar de productos caseros –muchos que quizás usted tenga en su hogar-, pero el filme se enfoca exclusivamente en la historia de la mujer que pasó, de una serie de trabajos de bajo sueldo, a ser la dueña de su propia empresa. Si la premisa no le apetece, sepa que –increíblemente- es más interesante de lo que parece.

Contrario a las dos piezas de elenco que había realizado con el director –incluyendo la que le obtuvo el Oscar, Silver Linings Playbook-, en esta ocasión Jennifer Lawrence lleva sobre sus hombros el peso de la película. El resultado apunta a que ha llegado el momento de terminar con esta fructífera relación profesional y buscar otros cineastas que la reten histriónicamente. Su interpretación de “Joy” se ve limitada por el somero libreto de Russell, uno que se esfuerza por producir comedia donde no la hay y saturarlo de personajes secundarios que giran en torno a la protagonista sin dejar impresión alguna. 

Robert De Niro también regresa a los repartos de Russell como el padre de Joy, pero aun juntándolo con Isabella Rossellini como la adinerada viuda que invierte en el “Miracle Mop”, su papel carece de esa chispa que logró revitalizar al veterano actor en Silver Linings Playbook. Algo similar podría decirse de Bradley Cooper como el jefe de programación del canal QVC en el que Mangano vendió exitosamente su invento por primera vez. La secuencia que recrea este momento es la más memorable de la película, con Russell armándola como una sinfonía de consumismo en la que el personaje de Cooper es el director de la orquesta, pero el rol del actor es tan breve que termina siendo poco más que una amena distracción en medio de este culebrón.

Virginia Madsen y Édgar Ramírez, como la madre y ex esposo de la futura empresaria, son otros dos buenos actores que se quedan al margen. Esto repercute en que Joy sea el único centro de atención, y mientras su historia de éxito contiene aspectos atractivos, cinematográficamente Russell no ofrece nada que justifique su adaptación a la pantalla grande. Lawrence no halla en el libreto sustancia suficiente como para dar la milla extra y cautivar puramente a través de su interpretación, mientras que las maquinaciones de la trama a veces retan la credibilidad de esta historia “verídica”.

El disfrute que ofrece el filme proviene solo de lo inofensivo que resulta y la curiosidad innata de conocer la historia de esta inventora. El resto no es más que una desaliñada telenovela que, aunque no contiene nada que invite a volverla a ver, al menos no se siente como una pérdida de tiempo. Y ese es el sello de David O. Russell.