La inigualable belleza de la animación “stop-motion” vuelve a ser evidenciada en la pantalla grande y en todo su extraordinario esplendor gracias a los brillantes artesanos de Laika, el pequeño estudio que se ha encargado de mantener vivo este arte en el cine comercial, tarea aun más encomiable cuando se realiza dentro de un medio dominado por los dibujos digitales que cada vez son más homogéneos, genéricos y sin carácter propio, más dirigidos a ser una distracción para los niños que a trascender los límites del medio. Kubo and the Two Strings, la nueva producción de este equipo de magos, despunta como su máxima obra hasta el momento, rindiendo tributo al inconmensurable poder que posee el milenario arte de contar historias para transformar a aquellos dispuestos a escucharlas.

Nunca conformes con simplemente deslumbrar a la audiencia, Laika pone su maestría visual al servicio de un argumento inspirado en ideas mayormente orientales con respecto a la muerte y cómo la inmortalidad se alcanza a través de las acciones. Su norte es un tratamiento más maduro al visto en el entretenimiento infantil convencional, tocando temas serios y de profundidad emocional que conectan en una odisea que divierte a la vez que fomenta la discusión una vez concluye la proyección.

El guión escrito por Marc Haimes y Chris Butler –basado en una historia de Shannon Tindle- toma prestado de un sinnúmero de leyendas y mitos japoneses para narrar la heroica aventura de “Kubo”, un niño cuyo padre –un guerrero samurái de nombre “Hanzo”- murió defendiéndolo de las garras del “Rey Luna”, deidad que además es el papá de su mamá, quien también arriesgó su vida para salvarlo. Actualmente, “Kubo” y su desconcertada madre viven escondidos en una cueva tan pronto cae el sol, por miedo a ser descubiertos bajo la luz de la luna. Sin embargo, mientras es de día, el niño viaja hasta una cercana aldea donde, mediante el sonido de las cuerdas de un shamisen (antiguo instrumento nipón), anima muñecos de papel origami que utiliza para recrear pintorescas epopeyas y deleitar al público.  

Como es de esperarse, “Kubo” eventualmente se despista y no regresa a tiempo a su albergue, atrayendo la inmediata atención de sus tías, dos fantasmagóricas apariciones ataviadas con máscaras del centenario teatro noh, cuyas frías y perpetuas sonrisas solo las hacen más escalofriantes. Tal y como han demostrado en Coraline, ParaNorman y The Boxtrolls, en Laika no son reacios a incluir una pizca de terror en sus filmes, y aquí las tías son las embajadoras de este principio. Ambas quieren secuestrar a “Kubo” para llevárselo al “Rey Luna”, pero en eso llega la madre y se sacrifica para salvar al niño con instrucciones de que busque las piezas de una legendaria armadura para defenderse de su abuelo.

Es aquí donde comienza la aventura de “Kubo”, una que sigue al pie de la letra la clásica jornada del héroe con la ayuda de dos indispensable aliados: un mono macaco japonés y un escarabajo antropomorfo. Bajo la estupenda dirección del debutante Travis Knight –presidente de Laika-, la odisea expone a los protagonistas a una serie de pruebas que exponen al espectador a increíbles y elaboradas creaciones animadas que roban el aliento con su imaginación. Fuera de uno que otro toque digital para crear detalles como humo o nevadas, todo lo que se observa en pantalla fue hecho a mano, incluso aquellas cosas que no lo parecen, como las embravecidas olas de una tormenta en altamar.

El nivel de destreza artística plasmado en cada escena de este largometraje es genuinamente sobrecogedor, más cuando se toma en cuenta que todo esto fue animado con mucha paciencia durante largos meses, haciendo minúsculos movimientos en las marionetas y tomando 24 fotos por cada ínfimo segundo de película. Verlos en movimiento, construyendo una fascinante y conmovedora historia ante los ojos del espectador, no puede ser descrito de ninguna otra forma que como un verdadero acto de magia, la misma que emplea “Kubo” para cautivar a su público con sus papeles de origami.