La tercera entrega de la serie de comedias puertorriqueña Mi Verano con Amanda busca -como muchas otras trilogías- ponerle punto final a la historia de los personajes que venimos siguiendo desde el 2008, y eso hace. Que lo haga satisfactoriamente dependerá de su apego a ellos, pero lo que sí es una lástima es que se haya olvidado de incluir las risas en su despedida de la pantalla grande.

Si la primera película del director y guionista Benji López fue burdamente cómica, con esporádicas carcajadas, y la segunda fue menos grosera pero mucho más graciosa, esta secuela deja mucho que desear en ambos departamentos, pues jamás ofende y -peor aún- tampoco hace reír. Es como ver una edición PG-13 de una comedia cuyo humor claramente quería y debió ser R, algo que López realizó con éxito en Mi Verano con Amanda II –proveyendo buenos chistes sin necesidad de ser vulgar-, pero que aquí no logra repetir a pesar de que el talento envuelto es el mismo.

El filme sigue una vez más al grupo de amigos compuesto por Fabio (Francis Rosas), Chicho (Erik Rodríguez) y RS (Eugene Rodríguez) –Joel “el Rockero Loco” Contreras no regresó para la secuela- y su viaje desde Puerto Rico hasta Culebra para curar a Fabio de la condición severa de “persécolis” que lo agobia tras dejar de fumar marihuana. Esa es la trama, y podría mantenerse tan insustancial como eso si las circunstancias que atraviesan los personajes fueran capaces de divertir, pero ese no es el caso.

Ejemplo: los muchachos abordan una lancha privada para trasladarse a Culebra. Antes de irse se hartan de comida y, al marearse, comienzan a vomitar. No hay nada especial ocurriendo mientras vomitan, nada gracioso, simplemente vomitan en el piso. ¿Ja, ja, ja? La comedia basada en situaciones depende de que los personajes sean colocados en situaciones (valga la redundancia) incómodas o ridículas –incrementalmente ridículas, de ser posible- para provocar las risas. Dos tipos vomitando no es inherentemente gracioso. Hay que hacerlo gracioso, ya sea porque el actor tiene un don para la comedia física o el guión provee el contexto para que lo sea.

Como esa escena hay muchas más -inertes, insípidas, aburridas- en barras, piscinas y playas, en las que actores que han probado ser cómicos en el pasado expresan diálogos forzados y poco naturales que distan mucho de los que se escucharon en las primeras dos películas donde al menos hablaban en la jerga boricua. ¿Alguna vez un amigo suyo le ha dicho a usted “huelebí”? Lo dudo, al menos que estén en presencia de niños. Le dicen el insulto completo, ya sea en serio o relajando. En ese aspecto, Mi Verano con Amanda III es la versión familiar y editada para televisión de un “stoner comedy”, por más irrazonable que eso pueda sonar.