Tras su estreno mundial en el Festival de Cine Internacional de Toronto en septiembre pasado, la ópera prima del director Dan Gilroy, Nightcrawler, de inmediato comenzó a ser hiperbólicamente comparada con clásicos de la talla de Taxi Driver y Network. Ambos zapatos le quedan bastante grandes. Aunque las influencias de dos de los mejores filmes de la década del 70 son evidentes, el guión de Gilroy deambula demasiado entre lo que pretende ser y lo que quiere decir sin comprometerse con ninguno, por un lado persiguiendo emular la atmósfera neo-noir de la cinta de Martin Scorsese mientras por el otro aspira a repasar la aguda sátira mediática del magistral libreto de Paddy Chayefsky, una que es tan actual ahora como hace 38 años, y quizá más.

Lo que sostiene a la película es la magnética y desconcertante actuación de Jaky Gyllenhaal como “Lou Bloom”, el desencajado sujeto que tras fallar en varios oficios, encuentra su llamado en el periodismo de tinta roja, o más bien vídeos rojos. “Bloom” empeña una bicicleta robada para comprar su primera cámara con miras a desarrollarse como uno de los fotoperiodistas que se dedican a cubrir las noticias policiacas como aves de rapiña, y al estar falto de cualquier tipo de escrúpulo -o algo que se asemeje a sentimientos humanos-, “Bloom” es sumamente eficaz en su nueva faceta profesional.

Gyllenhaal interpreta a “Bloom” con una mezcla entre la tenacidad sociópata de “Rupert Pupkin” –en otra referencia al canon de Scorsese- y las escurridizas destrezas de una salamandra. Con varias libras de menos, el rostro de Gyllenhaal se torna más anguloso y sus enormes ojos se pronuncian aún más, impartiéndole una cualidad de reptil. Podría equivocarme, pero creo que nunca pestañea a lo largo de la película. Su incómoda mirada parece estar perdida, pero jamás se aleja de su norte: él se convertirá en el mejor fotoperiodista policiaco, así tenga que meter él mismo la mano en la noticia para hacerla más dramática y comercial.

Es a través de esta crasa falta de ética periodística exhibida por “Bloom” que Gilroy intenta darle un giro moderno a la brillante sátira de Network, incluso introduciendo a una jefa de noticias de un canal con bajos ratings –encarnada por Rene Russo, quien debería aparecer con mayor frecuencia en el cine- que evoca al papel de Faye Dunaway en el filme de Sidney Lumet. Sin embargo, su propuesta carece de los colmillos para dejar su marca más allá de atacar los blancos más fáciles: la falta de moral de la prensa amarillista, el eterno dilema entre lo relevante y lo que vende, el nuevo papel de las redes sociales en la medición de lo noticioso, etc. Gilroy se conforma con señalarlos mientras realiza un estudio de personaje que igual se queda en la superficie.

Sin embargo, para tratarse de un debut directoral, el cineasta deja una buena impresión en el ámbito técnico, colaborando con el cinematógrafo Robert Elswit para filmar las mejores escenas nocturnas de Los Ángeles que se han visto desde Collateral. Gilroy posee un buen ojo y lo emplea para confeccionar una escalofriante atmósfera que se vale del humor oscuro como válvula de escape. Gyllenhaal se encarga del resto, sumando otro memorable papel a un resumé que cada vez está más lleno de ellos.