En tiempos cuando las ideas nuevas escasean en las grandes producciones cinematográficas, reemplazadas por marcas fácilmente mercadeables e inmediatamente reconocibles por las masas, una película de la magnitud y relativa anonimidad de Pacific Rim es un faro en medio de la tempestad, o, para ser más particular, un enorme robot salvador de cara al inminente apocalipsis.

No se trata de una precuela, secuela, reboot ni remake. No es una adaptación de un cómic, libro, videojuego, serie de televisión, juguete ni juego de mesa. Por otro lado, tampoco es exactamente original, tomando prestado del anime (Mazinger Z y Evangelion, entre muchos otros del género “mecha”) y los “kaiju”, cintas de ciencia ficción japonesas –como Godzilla, Gamera, Ultraman y Daimajin- en las que robots y/o monstruos gigantes se enfrentaban entre sí ante las miradas atónitas de los terrícolas dentro y fuera de la pantalla. Sin embargo, no es algo que se haya visto en el cine en mucho tiempo, mucho menos en este lado del mundo, lo que la hace sentirse nueva a pesar de su familiaridad.

¿Su objetivo? Divertir, asombrar y estimular la imaginación. Pacific Rim logra todo esto con creces y despunta como el mejor estreno comercial de un verano que ha estado plagado de material reciclado, producto de un Hollywood reacio a tomar riesgos, y Pacific Rim es un gran riesgo de alrededor de $180 millones de presupuesto y sin el salvavidas de estrellas de renombre para ayudarla a venderse. Pero independientemente del éxito que pueda o no tener en taquilla, la realidad es que se trata de un estreno impresionante, entretenidísimo y, sí, también imperfecto.

El director mexicano Guillermo del Toro colma el largometraje de increíbles imágenes que aprovechan al máximo la escala de la pantalla grande (y nos lleva a lamentar la falta de un cine IMAX en Puerto Rico) mientras nos transporta a un futuro cercano en el que el mundo se ve al borde del abismo. Del Toro no pierde tiempo y en los primeros minutos nos sumerge de lleno en su trama –coescrita junto a Travis Beacham- que, a tono con sus fuentes de inspiración, es completamente descabellada.

Una grieta en el fondo del Océano Pacífico ha creado un portal inter-dimensional a través del cual cruzan colosales monstruos extraterrestres (llamados kaijus) que amenazan con destruir la Tierra. Para defendernos, potencias mundiales como Australia, Rusia, Japón, China y Estados Unidos han construido colosales robots -conocidos como jaegers- capaces de pelar contra los kaijus de tú a tú. Su mayor armamento reside en sus puños y en las habilidades de combate de las dos personas que los pilotean, uniendo sus mentes mediante una conexión neurológica para controlar las descomunales máquinas.

La publicidad de Pacific Rim ha hecho hincapié en estos épicos combates, ambiciosa y aptamente dirigidos por Del Toro con especial atención a la fluidez y clara apreciación de la acción. Ni los jaegers ni los kaijus –fantásticamente realizados mediante estupendos efectos especiales- son muy ágiles debido a su tamaño, por lo que sus movimientos son lentos, calculados, devastadores y –sobre todo- fáciles de seguir. No hay nada de ese frenético estilo visual de los Transformers en el que resulta casi imposible identificar cuál pedazo de chatarra está pelando con el otro. Aquí, cuando un jaeger lanza un puño, su impacto se ve y se siente espectacularmente.

Todo esto es muy excitante y divertido, pero donde la película falla es en establecer una sólida base emocional y el desarrollo de personajes que trasciendan el cliché, dos factores que limitan su potencial de ser “grandiosa” a simplemente “muy buena”. La realidad es que una película acerca de robots de 300 pies de altura midiéndose contra los primos lejanos de Godzilla jamás iba a ser más que eso, menos cuando se ancla de un protagonista sin carisma como Charlie Hunnam, el piloto de Gypsy Danger (todos los nombres de los jaegers son ultra cool) que perdió a su hermano/copiloto y es reclutado nuevamente por el mariscal “Stacker Pentecost”, interpretado por un desaprovechado Idris Elba, para “cancelar el apocalipsis”. El diálogo, claramente, tampoco es uno de los atributos de la producción.

Al rescate de Hunnam llega Rinko Kikuchi como “Mako Mori”, la copiloto que también atraviesa su propia crisis emocional en el “drift”, la conexión neurológica en la que ambos pilotos comparten pensamientos, recuerdos, miedos y otros sentimientos. Kikuchi tiene mayor presencia escénica que Hunnam y transmite mucho mejor sus emociones aun dentro de las limitaciones de su papel. Del mismo modo, Charlie Day y Burn Gorman como el dúo de científicos expertos en kaijus inyectan humor a la historia con dos personajes sacados de innumerables películas y series de anime. Los actores secundarios resultan más efectivos que los principales.

Contrario a la mayoría de los blockbusters de esta envergadura, hechos con el propósito de que sean el primer capítulo de una posible franquicia en lugar de su propia película, Del Toro no deja ningún cartucho para una secuela que quizá nunca llegue y lo apuesta todo a esta oportunidad en la que Hollywood le dio rienda suelta a su mejores y mayores impulsos. El resultado es similar a ver a un niño jugando en el patio con sus juguetes mientras hace ruidos como “¡BOOM!”, “PSSSHH”, “PIU-PIU” y “¡KABLAM!”. Pacific Rim nos enseña lo que sería estar sentado justo en el medio de su imaginación, y el resultado es un tanto desnivelado pero siempre fascinante. Si hay otras futuras aventuras dentro de este universo, bienvenidas sean. Si no, me basta con que esta se haya hecho y exista.