En ocasiones nos topamos con momentos tan disonantes en una película que instantáneamente derrumban la conexión que se manifiesta entre el espectador y la pantalla, esa que nos permite sumergirnos en su argumento y olvidar que estamos sentados en un teatro. Pan, la más reciente propiedad intelectual en caer víctima de la “precuelitis” que abunda en el cine comercial desde hace años y que insiste en revisitar clásicos para innecesariamente explicar todo lo que aconteció antes, contiene uno así en la forma de una escena tan garrafal que por sí sola sirve de indicio de que este proyecto estaba destinado al fracaso desde su concepción.

La película pretende reinventar el origen de Peter Pan, el icónico personaje del niño que decidió parar de crecer y que aquí el terrible libreto de Jason Fuchs convierte en el protagonista de otra de esas trilladas profecías mesiánicas del “elegido” que han sido recicladas ad nauseam. En medio del bombardeo de Londres durante la Segunda Guerra Mundial, “Peter” (Levi Miller) es raptado por piratas a bordo de un navío volador que lo lleva como esclavo a la Tierra de Nunca Jamás para extraer polvo de hadas petrificado de una mina. El mineral es requerido por el pirata “Barbanegra” –interpretado por Hugh Jackman, retando los límites de la sobreactuación- para perpetuar su inmortalidad, pero su plan podría venirse abajo si se cumple el augurio del “guerrero que nos fue prometido”.

El “nos” corresponde a la tribu de indígenas representada en pantalla por varios extras de múltiples etnias que apenas expresan cinco palabras en conjunto, con excepción –claro está- de la princesa “Tiger Lily”, encarnada por la anglosajona Rooney Mara, lo más cercano a una “indiecita” que usted verá en un papel principal en Hollywood. “Tiger Lily” forja una alianza con “Peter” y “James Hook” (Garrett Hedlund) –aquí un aventurero a la “Indiana Jones”, años antes de portar un garfio y ser el enemigo del niño volador- para luchar contra “Barbanegra” en extensos y tediosos combates colmados de mediocres efectos computarizados, tanto así que en varias secuencias “Peter” parece ser interpretado por uno de los niños digitales de The Polar Express.

Pero volviendo al susodicho momento, este se presenta casi al principio del filme tan pronto “Peter” llega a “Neverland” y consiste en Hugh Jackman dirigiendo a todos los esclavos en una interpretación coral de “Smells Like Teen Spirit” de Nirvana. Anacrónico y absurdo por demás, el numerito musical llega aleatoriamente sin explicación lógica alguna y permanece así. Peor aún, es proseguido por otro similar al ritmo de “Blitzkrieg Bop” de Ramones. ¿Acaso esto iba a ser un musical al estilo de Moulin Rouge? ¿O quizás ambos éxitos musicales se transmitieron hacia “Neverland” del mismo modo que “All Along the Watchtower” viajó a través del tiempo y espacio en Battlestar Galactica?

Ante la falta de cualquier respuesta, especulo que existe una más simple: el guionista Fuchs creyó que sería una buena idea incluir música punk y grunge en un contexto fantasioso de más de medio siglo atrás, nadie en la producción cuestionó lo contrario, ni siquiera el propio director Joe Wright -en el primer desastre de su encomiable carrera-, y procedieron a filmarla en automático. El desinterés que emana de la cinta es palpable, característico de este tipo de largometrajes desalmados, genéricos y en los que la “creatividad” parece reducirse a gastar millones de dólares en efectos especiales y luego agregarle una conversión a 3D para cobrar más en la taquilla.

Si algo bueno pudiese salir de aquí es que quizás ahora Hook, el injustamente criticado filme de Steven Spielberg, pueda ser visto con mejores ojos. Al lado de esto, Hook parece Raiders of the Lost Ark. En todo lo demás, Pan es irredimible.