En tiempos cuando parece que no pasa un solo mes sin que aparezca un nuevo “remake” en cartelera, el de Pete’s Dragon muestra la mejor cara de estos refritos cinematográficos que tienden a inspirar escepticismo y miradas de reojo por aquellos espectadores que atesoran la película original, algo que no será muy común en este caso en particular. Lejos de ser considerado un indiscutible clásico de Disney, el filme de 1977 es mayormente recordado por aquellos que lo vieron hasta la saciedad durante la infancia (como este servidor) y quienes posiblemente no lo revisitan desde hace décadas, por lo que resulta más fácil aceptar una nueva versión sin prejuicios.

Mejor aun, las semejanzas entre ambos largometrajes se circunscriben exclusivamente a la premisa: la amistad que nace entre un niño huérfano y un dragón que le sirve de amigo y protector. Fuera quedaron los números musicales, los villanos caricaturescos y la sobreabundancia de personajes, cada uno con su respectiva subtrama. La nueva Pete’s Dragon aspira a ser su propia película y lo consigue manteniendo las cosas sencillas y con los pies en la tierra –al menos mientras el dragón no está volando-, sobreponiendo el componente humano por encima de los derroches de efectos especiales que se han convertido en la norma de las producciones de estudio.

Si el filme se distingue, lo logra gracias al singular toque de su director y coguionista David Lowery, quien al igual que muchos cineastas contemporáneos, incursionó en el séptimo arte a través de los cortometrajes hasta realizar su ópera prima, Ain’t Them Bodies Saints (2013), que dejó una memorable impresión. Con sus raíces firmemente en el cine independiente, Lowery apuesta al calor humano para impulsar la trama, dirigiendo la atención hacia lo fantástico solo cuando resulta orgánico dentro de la historia.

Lowery obtiene genuinas actuaciones del elenco, comenzando por Oakes Fegley como “Pete”, el niño que pierde a sus padres en un accidente de tránsito y encuentra consuelo así como refugio bajo el ala –literalmente- del dragón “Elliot”, quien habita en un espeso bosque de Oregón. Varios años después de convertirse en huérfano, “Pete” tiene su primer encuentro humano cuando se cruza con “Grace” (Bryce Dallas Howard), una guardabosques cuyo padre –interpretado por Robert Redford- le contó en la infancia leyendas acerca del dragón que una vez vio entre los árboles, pero nunca le creyó. El avistamiento de “Elliot” por parte de unos leñadores desata una cacería con el futuro de “Pete” en su centro.

El relajado ritmo de la trama permite degustar los pequeños momentos que Lowery y el coguionista Toby Hailbrooks confeccionan entre los personajes, aun cuando no todos se sienten plenos. Esa misma ligereza impide que las relaciones se desarrollen a cabalidad, por lo que aquellas escenas que apuntan al corazón no pegan con la fuerza necesaria. Sin embargo, el filme nunca pierde su encanto. El protagonismo de “Elliot” es mucho más reducido que en la cinta original, pero el amistoso dragón se gana el cariño del público con su cualidad de bonachón.

El tiempo dirá si esta versión de Pete’s Dragon logra sobresalir entre las producciones más recientes del estudio de Mickey Mouse, pero lo que sí es evidente ahora es que se trata de un tierno filme familiar con ambiciones humildes, sinceras y entrañables que opta por la reinvención en lugar del reciclaje.