En Queen of Katwe, la nueva producción familiar de Disney, el público se topará con una bienvenida rareza: una película desarrollada en el continente africano que no gira en torno a la esclavitud, las sangrientas guerras tribales ni la hambruna. Tampoco verá –y esto sí que es extraño en una producción de Hollywood- el fastidioso síndrome del “salvador blanco”, aquel personaje anglosajón que llega al rescate de “los pobres negros” bajo la falsa apariencia de un trillado filme inspirador, como The Help o The Blind Side.  

Lo que sí encontrará es una conmovedora historia de superación -basada en hechos reales, por supuesto- acerca de Phiona Mutesi, una joven ugandesa que se convirtió en campeona de ajedrez. El libreto de William Wheeler, adaptado del libro del cronista deportivo Tim Crothers acerca de Mutesi, recorre todos los puntos narrativos que se pueden esperar de este tipo de película, destacando las altas y bajas en la vida de la protagonista, así como su entrenamiento, derrotas y triunfos. Sin embargo, el sentido de familiaridad que emana de la producción queda disipado a través del singular toque de la directora Mira Nair, quien posee un don para extraer el color de historias cargadas de humanismo.

La novata Madina Nalwanga interpreta a “Mutesi”, la segunda de cuatro hermanas y hermanos que viven en extrema pobreza en Katwe –vecindario de Kampala, capital de Uganda- bajo la protección y estricta tutela de su madre, “Nakku” encarnada por Lupita Nyong’o en una actuación que evidencia categóricamente que aquel Oscar que ganó no fue uno de esos que la Academia acostumbra a regalar. Ganándose poco más que limosnas vendiendo mazorcas en la calle, “Mutesi” descubre su habilidad innata para el ajedrez a través de “Robert Katende” (David Oyelowo), un exjugador de fútbol que ahora trabaja como coach del pequeño club de ajedrez de una escuelita local.

Lo que comienza como un pasatiempo se convierte rápidamente en pasión, con “Katende” viendo el potencial de la prodigiosa joven ante las reservas de una madre que teme los efectos que estar expuesta a otras experiencias –unas abiertas a otros “lujos”- podría tener en su hija. Como sugerido anteriormente, el trabajo de Nyong’o es excepcional. La actriz aparenta ser más vieja de lo que es, no por su aspecto físico –de hecho, luce más joven que los 33 años que tiene- sino por la madurez que denota en cada gesto de su interpretación, puntualizada por la desesperación de una madre que no sabe si al día siguiente tendrá un techo donde cobijar a sus hijos, pero su inquebrantable determinación la hará salir adelante.

El ánimo que Oyelowo le inyecta al filme es el perfecto contrapunto a la caracterización de Nyong’o. Su interpretación de “Katende” es puro carisma y esta no queda mejor expuesta que en una escena en la que los niños de su escuela, intimidados por la opulencia de sus contrincantes de un colegio de mayor estatus socioeconómico, salen de su frustración gracias a un cuento que él les hace para levantarles el espíritu. En medio de estos dos titanes de la actuación, el hecho de que Malwanga deje una memorable impresión en su debut cinematográfico debe verse como un triunfo mayor.

Más allá de las estupendas actuaciones, cabe destacar la dirección de Nair –la mejor que ha realizado en mucho tiempo-, quien se encarga de ubicar al espectador en las infortunadas condiciones en las que miles viven en Uganda sin caer en lo miserable. La cineasta llena de color la pantalla, utilizando el folclor y la cultura local no solo como parámetro para alcanzar la autenticidad sino para celebrar la misma, como diciendo “esta es una película acerca de una ugandesa, este es el mundo en el que vive, y esto fue lo que logró”.