El 11 de junio de 1993, 65 millones de años después que el catastrófico impacto de un meteoro los borrara de la faz de la Tierra, los dinosaurios resucitaron de la extinción. Su regreso no se debió a ningún avance de la ciencia ni una ruptura de la fábrica del tiempo, sino a la poderosa magia del cine. Por un espacio de poco más de dos horas, el director Steven Spielberg y su innovador equipo de trabajo les devolvieron la vida a estas criaturas prehistóricas en la pantalla grande, donde, claramente, nada es imposible.  

En la actualidad es cada vez más difícil sorprender al público, pero para los que tuvimos la suerte de ver Jurassic Park por primera vez en el cine casi dos décadas atrás, la experiencia fue toda una revelación. Este servidor tenía 13 años cuando asistió al Cinema 4, en Guaynabo, sin la más mínima idea de lo que iba a ver. Esto era antes del Internet, antes de que los estudios pudieran enseñarnos (casi) toda la película, en los meses previos al estreno de ésta, mediante una avalancha de tráilers, clips y fotos de producción. Había un dinosaurio en el póster, y con eso era más que suficiente.

Cuando se describe un filme como una “montaña rusa”, Jurassic Park es exactamente a lo que esa expresión se refiere. Con largometrajes previos como Jaws, E.T. the Extra-Terrestrial y tres aventuras de Indiana Jones, Spielberg ya era un experto en transmitir esta emoción mucho antes de que, con el apoyo de Universal Pictures, comprara los derechos de la novela homónima de Michael Crichton –incluso antes de que fuese publicada en 1990- para adaptarla al medio cinematográfico. David Koepp escribió el guión, Stan Winston e Industrial Light & Magic trabajaron en los revolucionarios efectos especiales, y lo demás es historia.

Hay un tiro muy distintivo dentro del estilo de Spielberg, en el que los personajes están boquiabiertos, con cara de asombro, mientras la cámara lentamente se acerca a sus rostros, y pocos son más dignos de esa reacción que la primera secuencia en la que aparece un enorme braquiosaurio. En ese instante, no solo son el Dr. Alan Grant (Sam Neill) y la Dr. Ellie Sattler (Laura Dern) quienes no pueden creer lo que están viendo; los espectadores comparten el mismo sentimiento, una experiencia –imagino- comparable a la que vivió el público de 1933 cuando vieron por primera vez a King Kong al tope del Empire State.

Las sorpresas, sin embargo, apenas comenzaban ahí. Tomando nota de lo fortuitamente aprendido durante la filmación de Jaws -en la que los desperfectos técnicos con el tiburón lo forzaron a no mostrarlo mucho-, Spielberg mantiene a los dinosaurios mayormente fuera de cámara hasta llegar al ataque del T-Rex, cerca de la mitad de la película, una de las secuencias más iconográficas del medio en los últimos 25 años. Un vaso de agua jamás había provocado más tensión en el cine que el instante en el que las lejanas pisadas del gigantesco depredador generan ondas en la superficie del líquido.

Por escenas como esa -y ni hablar de las que giran en torno a los letales velociraptors- Jurassic Park se convirtió en todo un éxito, tanto crítico como taquillero. La cinta recaudó más de $900 millones alrededor del mundo, superando la cifra de E.T. 11 años atrás y se colocó como la película #1 en la historia, hasta que Titanic la destronó en 1998. Pero más allá de sus logros comerciales, Jurassic Park dejó una huella muchísimo más importante en el séptimo arte.

Un triunfo de la industria de efectos especiales

Steven Spielberg realizó mejores películas antes y después de Jurassic Park. Su mira estaba centrada en dirigir Schindler’s List, cuyo presupuesto había sido aprobado por Universal con la condición de que hiciera Jurassic Park primero, por lo que el cineasta la filmó en tres meses y supervisó el proceso de posproducción desde Polonia, donde rodaba su visión del holocausto. El resultado de esto se nota en los múltiples problemas de continuidad que se ven a lo largo del filme, uno que ciertamente no está tan pulido como las mayores obras del renombrado cineasta, como lo fue Schindler’s List.

Más que nada, Jurassic Park marcó un hito tecnológico en la industria. Su preproducción tomó 25 meses, la mayor parte dedicados a resolver los problemas  que confrontaron para dar vida a los dinosaurios. El veterano Stan Winston creó los increíbles modelos animatrónicos que se usaron mayormente en los close-ups, o el hermoso triceratops que encuentran enfermo durante el recorrido por el parque. Spielberg, sin embargo, estaba insatisfecho con las pruebas de go-motion (variación de la animación stop-motion) que se estaban haciendo para mostrar a los dinosaurios corriendo.

A su rescate llegaron los animadores en computadora de Industrial Light & Magic, compañía de George Lucas, quienes crearon un ciclo del T-Rex en movimiento. Al ver esto, Lucas dijo: “Una gran brecha ha sido cruzada, y las cosas jamás volverán a ser iguales”. Sus palabras probarían ser proféticas. Los magníficos efectos especiales de Jurassic Park se lograron mediante la fusión de estas viejas y nuevas técnicas. Desde entonces, los avances en el CGI (Computer Generated Imagery) han ido desarrollándose a pasos agigantados, pero aun hoy, 20 años después, los dinosaurios de Winston y ILM se ven mejor que muchos efectos contemporáneos. Así de buenos fueron en crear la ilusión.

El trabajo del equipo de producción fue galardonado con múltiples premios, entre ellos tres Oscar por edición de sonido, mezcla de sonido y –por supuesto- mejores efectos visuales. Pero el mayor legado de estos “magos” del cine trasciende las simples estatuillas: su huella permanece grabada en las mentes de todos los que se dejaron embrujar por su hechizo y en 1993 creyeron, al menos por esas dos horas, que los humanos y los dinosaurios caminaban al mismo tiempo sobre la Tierra.

El reestreno de Jurassic Park hoy en los cines -ahora en su obligatoria versión tridimensional- es la oportunidad perfecta para llevar a toda una nueva generación de cinéfilos a experimentar una de las más entretenidas aventuras que jamás se haya capturado en celuloide.