En los pasados 12 meses, Liam Neeson ha protagonizado cuatro películas de acción, y sería sumamente fácil confundirlas de no ser por el escenario en el que se desarrollan. El actor irlandés se ha dedicado casi exclusivamente en esta faceta de su carrera a la caracterización del “hombre abatido por los errores de su pasado que es sumamente efectivo a la hora de matar”. Así lo hizo en Non-Stop, A Walk Among the Tombstones, Taken 3 y, ahora, nuevamente, en Run All Night, su tercera colaboración con el director español Jaume Collet-Serra y la segunda en menos de un año.

El papel recurrente ya no tiene nada nuevo que ofrecerle a Neeson, quien continúa reinterpretando su personaje en Taken o The Grey con pocas si alguna variación. Neeson sigue siendo una presencia imponente e intimidante, pero igualmente lo sería así estuviese haciendo de un oso panda que vende algodón de azúcar. Está en su naturaleza, y sobre todo en su voz. A estas alturas, lo único que se puede esperar es que en la esquina opuesta le coloquen a un actor que le sirva de un digno oponente, y es aquí donde único Run All Night da en el blanco con la elección de Ed Harris como su contraparte en este llevadero thriller criminal.

Neeson encarna a “Jimmy Conlon”, un exmatón que hace años asesinó a cuanta persona su jefe, “Shawn Maguire” (Harris), le ponía en la mira. “Jimmy” nunca enfrentó a la justicia por sus crímenes pero la vida se los cobró con la muerte de su esposa y el desdén que siente hacia él “Mike” (Joel Kinnaman), su hijo adulto que se gana la vida como chofer. Por otro lado, mientras “Shawn” se ha vuelto un hombre de negocios “decente”, su hijo, “Danny” (Boyd Holbrook) ha seguido sus pasos en el bajo mundo. Los caminos de “Shawn” y “Jimmy” se vuelven a intersecar cuando una noche este mata a “Danny” para proteger a su propio hijo. “Shawn” jura venganza, iniciando una cacería por las calles de la ciudad de Nueva York que no acabará sino hasta el amanecer.

Tras cuatro películas que gravitan entre lo pésimo y lo malo, Collet-Serra finalmente alcanza la mediocridad en su quinto turno en la silla del director, aunque el crédito de esto pertenece más al guionista Brad Ingelsby que a sus destrezas detrás de las cámaras. Detrás de todas las innecesarias pirotecnias visuales con las que el cineasta decora su puesta en escena –saltando de una localidad a otra aéreamente como si estuviera jugando Grand Theft Auto 5 o recurriendo a la cámara lenta estilizada en un fallido intento por elevar la tensión-, aún es posible percibir los trazos de un libreto que quizá fue más robusto en algún momento, similar al crudo drama criminal que escribió Ingelsby en Out of the Furnace, otro filme en el que los crímenes del pasado regresan para cobrar sus cuotas debidas. 

La combinación de Harris y Neeson es electrizante, denotando a través de pequeños intercambios verbales un violento historial debatido detrás de toda la amistad y lealtad. Es por tal razón que resulta tan frustrante el que Run All Night no contenga más de ellos dos juntos. En su lugar, Neeson pasa la mayoría del tiempo con Kinnaman, la antítesis de carisma y magnetismo, escabulléndose por las avenidas de la Gran Manzana mientras huyen de los sicarios que los acechan. El objetivo es poner de relieve la tormentosa relación entre padre e hijo, pero eso jamás ocurre, o si ocurre, no alcanza el potencial deseado.  

Collet-Serra recurre a la muletilla de iniciar con el final de la película antes de retroceder para presentar lo que vino antes. Esto funciona cuando revelar detalles del desenlace propicia misterio y tensión, pero a mitad de Run All Night, es más que obvio cómo todo acabará. Lo que resta es sentarse a esperar que ocurra.