Si Melissa McCarthy no se convierte en una de las principales estrellas de la comedia contemporánea tras el estreno de Spy, el sentido del humor del público general necesita resucitación artificial. Tras probarse como una de las integrantes más memorables del estupendo elenco de Bridesmaids y sobresalir como coprotagonista de The Heat junto a Sandra Bullock, la comediante estadounidense se reúne con el director Paul Feig y demuestra categóricamente que tiene madera de protagonista, cargando con lo que muy bien podría convertirse en su primera franquicia cinematográfica.

Las risas rara vez se detienen mientras McCarthy interpreta a “Susan Cooper”, una analista de la CIA que se dedica a proveerles información clasificada a los agentes en el campo vía un dispositivo auricular desde las oficinas centrales de la agencia. Su pareja es el agente “Bradley Fine” (Jude Law canalizando el carisma de su compatriota “James Bond”), cuya más reciente misión lo lleva a investigar a un traficante de armas que intenta vender una bomba nuclear portátil. Cuando “Fine” cae ante la hija de este malhechor –interpretada por Rose Byrne, quien suma otra medalla a su excelente racha cómica de los últimos años-, “Susan” decide vengar a su compañero y convertirse en toda una espía internacional.

El talento para la improvisación de McCarthy queda evidenciado en todas sus escenas, proveyendo líneas que se siente genuinas e inventadas al momento, cargadas de chistes autocríticos que invitan a reírse con ella de sus desgracias. Sin embargo, cuando la actriz verdaderamente brilla es cuando le colocan a otra persona con la que compartir la pantalla. Como oponentes, Byrne y McCarthy despuntan como maestras de los insultos, pero quién se roba el show es Jason Statham en su interpretación del agente más intenso en la nómina de la CIA que le sirve de aliado a “Susan”. Cada frase que sale de su boca es oro humorístico mientras hace alarde de su bravura compartiendo absurdas anécdotas de sus hazañas. Statham no resultaba tan irreverente y divertido desde las criminalmente subestimadas películas de Crank. Más como esto y menos secuelas de The Expendables, por favor.

Feig todavía tiene dificultad cerrando sus comedias, estirando el tercer acto al punto de que dejamos de observar la pantalla y dirigimos la vista hacia nuestros relojes, pero cuando hay tanto talento cómico como el que ha logrado exponer en sus últimos tres filmes, supongo que no es fácil elegir qué cortar. Spy es otro acierto para el director que se ha encargado de devolverle gran parte del lustre a las comedias clasificadas “R”.