“Acaba aquí”, prometen los pósters y tráilers de Taken 3, y con suerte así será, pues la novedad de “¡Wao, mira a Liam Neeson siendo un héroe de acción a los 60 y tantos años!” dejó de ser divertida una vez todo el mundo se montó en el trencito y procedieron a reciclar la fórmula. Desde el estreno de la primera Taken hace seis años –la única entrega que merece ser vista-, hemos sido sometidos a desechables productos como “Liam Neeson en un avión”, “Liam Neeson con amnesia” y “Liam Neeson en la adaptación de aquel programa de televisión que veía tu papá” (aunque tengo que admitir “Liam Neeson vs. Los Lobos” estuvo bastante buena), pero de todas, resulta irónico que las peores sean las dos secuelas directas al sorpresivo éxito del 2008, probando una vez más la vieja regla hollywoodense de que si algo sale bien hay que continuar haciéndolo hasta que no sirva.

Las dos secuelas de Taken confirman este credo. 

El director Olivier Megaton (Colombiana, The Transporter 3) se encargó de estrellar la serie en la segunda película con su típica mediocridad, dirigiendo con la misma finura de un chihuahua con una Go Pro amarrada al lomo mientras corre por el set, malacostumbre que repite en esta tercera parte de la ahora trilogía. El hombre es sencillamente incapaz de dejar la cámara quieta, así esté filmando una secuencia de acción o –en el caso de Taken 3- inacción, porque al parecer el cineasta olvidó dentro de cuál género se encontraba trabajando.

Contrario a Taken 2 –en la que básicamente repitieron la trama de la primera pero con la esposa como secuestrada en lugar de la hija-, aquí lo único que se roban es el tiempo y dinero de los espectadores. Neeson interpreta una vez más a “Bryan Mills”, el letal ex agente clandestino de la CIA que solo desea ser feliz y cuidar de su hija, pero los malhechores con acentos eslovacos o ucranianos siempre le aguan los planes, como ahora cuando matan a su exesposa (Famke Janssen, como “la mujer que tiene que morir para motivar al protagonista”) y él queda identificado por la Policía como el principal sospechoso del crimen. Forest Whitaker cobra uno de los cheques más fáciles de su carrera como el detective a cargo del caso, un papel que pudo haber sido encarnado por cualquiera y que jamás representa un verdadero obstáculo para el fugitivo.

El latoso guión de Luc Besson y Robert Mark Kamen –lleno de interminables secuencias que pretenden fortalecer la relación entre “Bryan” y su hija con risibles conversaciones- sustituye las exóticas localidades europeas por la ciudad de Los Ángeles para desarrollar toda la inacción, una que toma prestado del argumento de The Fugitive pero sin el suspenso, el misterio, las tremendas actuaciones y todos esos atributos que componen una buena película. Pasa cerca de una hora antes de que aparezca algo que se asemeje a una secuencia de acción, el primero de dos malogrados tiroteos en el que las balas llueven pero la sangre nunca corre –aun cuando las víctimas están semidesnudas-, porque la clasificación PG-13 está súper “cool” con que mates a cuantos maleantes quieras siempre y cuando no expongas lo que ocurre cuando el plomo penetra la carne.

El 2014 nos dio dos sólidos ejemplos de lo que un buen filme de acción debe ser. Uno fue Lucy, irónicamente dirigido por Besson, con la refrescante inclusión de una mujer en el rol protagónico. El otro fue John Wick, con Keanu Reeves aprovechando el boom de “los actores mayores de 50 peleando y disparando” que despuntó con Taken. Ambos gozaron de una excelente dirección –particularmente el segundo- y no purificaron su intrínseca violencia para que esta fuera “aceptable” para un público más joven. El 2015 arranca con lo que promete ser uno de los peores estrenos del año, falto del entretenimiento, de la simpleza, del constante ritmo y de la novedad que hicieron de la primera película un merecido éxito. Taken 3 es irredimible y la mayor prueba de que ya es hora de que Neeson pase la página, dejé atrás estos papeles de Charles Bronson y busque otra cosa que hacer. Talento de más tiene.