Totalmente irreverente e impregnada de cinismo, The Big Short llega hoy a los cines como una de las mejores comedias del año, al menos hasta que las risas se disipan, las preocupantes realidades que nos presenta dejan de dar gracia y las carcajadas son reemplazadas por incredulidad, consternación y rabia. Mucha, mucha rabia, y no es para menos, pues en ella vemos como la estupidez y la avaricia se confabulan para enriquecer a pocos y empobrecer a millones.

Cualquier paralelismo con nuestra situación actual es... real, sí, porque -en efecto- lo tiene. El guión de Charles Randolph y Adam McKay –basado en el libro homónimo de Michael Lewis- se basa en la catástrofe financiera que siguió el colapso de la burbuja de bienes raíces en Wall Street a mediados de la pasada década. La trama se centra en cuatro grupos de corredores de la bolsa de valores que previeron la debacle y se beneficiaron de esta, tanto ellos como sus inversionistas. Entre los mayores aciertos del libreto está la manera como simplifica -para consumo de la audiencia- la complicada información, terminología y rebuscadas fórmulas matemáticas que rigen este inescrupuloso imperio. Y si no se entiende del todo, lo que sí queda indiscutiblemente claro es que estos sabandijas nos están fastidiando económicamente.

Para McKay, quien hasta ahora se había dado a conocer como el director y guionista de burdas comedias -como Step Brothers, The Other Guys y Anchorman 2-, el largometraje representa un considerable crecimiento profesional que invita a verlo a través de un nuevo lente porque, si bien no está a la altura de Martin Scorsese (¿pero quién lo está?), The Big Short podría presentarse junto a The Wolf of Wall Street como una tremenda doble tanda. La película de Scorsese es un obvio punto de referencia, y no solo por el tono sardónico y la narración que acompaña la trama, provista por Ryan Gosling como uno de los corredores que rompe la cuarta pared hablándole a la cámara.

El elenco de The Big Short también incluye prominentemente a Christian Bale, como un genio de las inversiones que padece de cierto grado de autismo, y a Brad Pitt, como un exempleado de Wall Street que sirve de mentor a dos codiciosos jóvenes que quieren darse a conocer en este océano de tiburones.  Sin embargo, el MVP del reparto lo es Steve Carell como “Mark Baum”, dueño de un grupo de accionistas que ama y odia su trabajo por partes iguales. Carell encarna la manifestación de la ira que yace en el subtexto de la película y que va in crescendo hasta su final.

El filme peca de introducir a alguien del calibre de Marisa Tomei en un papel desechable, de extenderse demasiado en su duración total y de -a veces- ser demasiado rebuscado con las complejidades de Wall Street, incluso cuando trae a invitados sorpresa para simplificar la información. Pero lo de “rebuscado” aparenta ser intencional en esta comedia en la que al final reímos con el único propósito de no llorar.