Basta con ver el póster de The Fault in Our Stars para saber el tipo de película a la que nos estaremos exponiendo: una hecha explícitamente con el propósito de hacernos llorar. En él figuran las palabras “una enferma historia de amor” y muestra a dos adolescentes acaramelados sobre el césped, él de cabeza y ella con una manga de oxígeno conectada a su nariz. Aunque ambos lucen de lo más felices, no hay que ser un sabio para deducir que al menos uno de ellos no llegará con vida a los créditos finales.

Acepto que tengo un prejuicio en contra de los llamados “tearjerkers”, filmes diseñados para provocar lágrimas, especialmente cuando giran en torno a pacientes con enfermedades terminales. Algunas personas no soportan la violencia gráfica de las cintas de horror, otras no pueden lidiar con el sonsonete de los musicales. Yo no disfruto de ver personajes -que muy bien podrían llegar a ser entrañables- muriendo lentamente a lo largo de dos horas, menos cuando siento que la cinta me está manipulando en busca de mis lágrimas.

Dicho esto, el inofensivo largometraje del director Josh Boone –basado en la novela homónima de John Green- tiene a su favor la excelente actuación de Shailene Woodley como la joven “Hazel”, paciente de cáncer de pulmón que en una sesión de terapia grupal conoce a “Gus” (Ansel Elgort), otro adolecente cuyo cáncer está en remisión. Su enfermedad es lo que los une, pero son sus ganas de vivir lo que los lleva a enamorarse y a emprender un viaje transatlántico para conocer al autor del libro favorito de “Hazel” como lo que podría ser su último deseo antes de morir.

Desde que saltó a la fama con su fabuloso trabajo en The Descendants, Woodley se ha convertido en una de las mejore actrices jóvenes contemporáneas. Tan reciente como el año pasado la vimos realizar un tremendo –aunque limitado- papel en el drama The Spectacular Now, y su actuación en The Fault in Our Stars es aún mejor. Es TAN buena que hasta la odio un poquito por exprimirme una lágrima. La vulnerabilidad que destila a través de su caracterización de “Hazel” en combinación con el joie de vivre que redescubre a través de su relación con “Gus”, cargan con la película, consiguiendo que los sentimientos forzados que el filme quiere transmitir se sientan genuinos.

Junto a ella también merece mención Elgort, quien a pesar de interpretar la versión masculina del arquetipo del “manic pixie dream girl”, posee un carisma natural que engrana muy bien con el de Woodley, permitiéndonos compartir su romance. Sin embargo, la relación más emotiva se manifiesta entre “Hazel” y su madre, encarnada por Laura Dern en un papel secundario, pero la única que verdaderamente se gana las lágrimas en este drama dirigido al público juvenil.

La película tira con todo en el último acto, asegurándose de que no quede ni un solo ojo seco en la sala. ¿Quién morirá? ¿Él? ¿Ella? ¿Ambos? Si disfruta de esa clase de “suspenso”, de ver buenas actuaciones en películas promedio y no tiene reparos con llorar a moco tendido públicamente, ahí tiene The Fault in Our Stars