Tan buena es la primera mitad de The Maze Runner que sus aciertos hacen más frustrante aun la manera tan precipitada como se va derrumbando a partir de ese momento hasta estrellarse en una disparatada conclusión que lejos de ser un punto final deja la historia en tres ultra insatisfactorios puntos suspensivos, porque cada vez es más raro encontrar un blockbuster que pueda funcionar por sí solo. La mayoría ahora fungen como el prólogo a las aspiraciones puramente monetarias que hagan de la apuesta  una multimillonaria franquicia, aunque la culpa en este caso no recae en el estudio sino en el material original. 

The Maze Runner es la más reciente adaptación de una serie de novelas clasificadas como "Young Adult", una modalidad tan recurrente en el cine comercial actual como la de los superhéroes. Sin embargo, aun sabiendo de entrada que se trata de tan solo el primero de cuatro libros escritos por James Deshner, el guión de Noah Oppenheim, Grant Pierce Myers y T.S. Nowlin se rehúsa a tomar mayores libertades creativas dirigidas al  servicio de una mejor adaptación, porque ¡ay!  de aquellos que osen desafiar la furia de los fanáticos de la saga literaria si la adaptación no es exacta. Por más hábil que luzca Wes Ball en su debut como director –demostrando que posee un diestro ojo para la acción y el buen uso de los efectos especiales, campo en el que se desempeñó previamente–, no hay nada que él pueda hacer para remediar esto. 

Pero hablemos de los puntos a favor de la producción. Contrario a la gran mayoría de estas cintas, que inician con su propia historia de origen repletas de exposición, esta arranca in media res con “Thomas” –el protagónico adolescente, interpretado por Dylan O’Brien– siendo transportado a toda velocidad a bordo de un ascensor que lo eleva hasta dejarlo en medio de un terreno silvestre. Allí es recibido por otros jovencitos que juntos forman la sociedad tipo Lord of the Flies que habita en este campo rodeado por un imponente laberinto que los ha mantenido cautivos durante tres años.  

El inmenso laberinto sirve la misma función que el cubo en Cube o la isla en Lost: introducir misterios que provocan preguntas que de inmediato empiezan a surgir en el espectador, y estas a su vez son expresadas a través de “Thomas”: ¿cómo llegaron ahí? ¿Por qué están encerrados? ¿Cuál es el propósito? ¿Existe escapatoria? ¿Quién controla el laberinto que todas las noches cambia de posición? La amnesia que padece –que solo le permite recordar inicialmente su nombre– no le facilitan al joven su llegada a este extraño lugar, pero sus constantes cuestionamientos y curiosidad son lo que mantienen al público intrigado durante gran parte de la trama.

Las estrechas relaciones que se dan entre “Thomas” y los otros chicos también resultan muy efectivas gracias a las actuaciones de los muchachos, especialmente Thomas Brodie-Sangster, como el chico sabio de la aldea, y Blake Cooper como el chamaquito que ve en “Thomas” a un hermano mayor. O’Brien se queda corto no por falta de talento sino porque su papel es el del típico protagonista transparente y sin mucho desarrollo que sirve de subrogado del espectador. 

Cerca del punto medio de la cinta, ocurre algo que debería alterar significativamente el curso de la historia con la llegada de la primera chica –interpretada por Kaya Scodelario–, pero no. Más allá de rebuscar aun más los misterios, la joven no es más que un adorno en el trasfondo mientras los varones luchan por dominio, con un bando abogando por mantener el estatus quo y el otro –liderado por “Thomas”– clamando por entrar al peligroso laberinto y escapar. El guión trata de impulsar un argumento alegórico acerca de la adolescencia, el querer rebelarse y escapar de las restricciones de los adultos, o –en este caso– quienes coartan su libertad, pero es sumamente superficial. 

Y entonces llegamos a ese desenlace, colmado de revelaciones vacías y giros sobre más giros que ofrecen respuestas sin sentido a todas aquellas preguntas que retenían nuestro interés, hasta acabar en un cliffhanger que lo que invita es a soltarse del precipicio y dejarse caer, porque no puedes creer que algo que arrancó tan bien pudo haber acabado tan torpe y atropelladamente. El final, para colmo, posiciona a la secuela de The Maze Runner –que llegará en septiembre de 2015– rumbo a los mismos lugares comunes que ya han sido abordados por decenas de otras cintas de su misma índole, extrayéndole todo lo que la hizo diferente y refrescante, al menos para tratarse de una propiedad "Young Adult".