Han pasado diez largos años desde que David Lynch dirigió su último largometraje (INLAND EMPIRE) y 26 desde que ABC le canceló la revolucionaria serie Twin Peaks que creó junto al veterano de la televisión, Mark Frost. Este próximo domingo marca el regreso tanto de Twin Peaks –esta vez a Showtime- como el de Lynch a la silla a la que pertenece, detrás de las cámaras, habiendo dirigido los 18 episodios de este renacimiento del programa. Y mientras no cabe duda de que los fanáticos están más que listos para este retorno, la pregunta es si la televisión -y las audiencias contemporáneas- están preparadas para 18 horas de David Lynch.

Ciertamente no lo estuvieron entre 1990 y 1991, periodo en el que se transmitieron las dos temporadas originales que cautivaron al público con el brutal asesinato de la adolescente “Laura Palmer”, crimen que sacó a la luz la sórdida realidad de los habitantes de este pueblito ficticio, ubicado en el noreste estadounidense. La impaciencia de los ejecutivos del canal forzó a Lynch y Frost a revelar la identidad del asesino en los primeros episodios de la segunda temporada, y de ahí en adelante la serie se fue desinflando lentamente hasta culminar con un “cliffhanger” que, quizás, sea abordado en los nuevos capítulos. Y es precisamente ese “quizás” lo que podría traer problemas.

La manera como las personas consumen el entretenimiento televisivo ha cambiado radicalmente desde el abrupto final de Twin Peaks. A raíz del boom de HBO con The Sopranos, Six Feet Under y Sex and the City a principios de la pasada década, el formato ha alcanzado el mismo nivel de prestigio que la pantalla grande. Hoy ya vemos como los actores pasan de un formato a otro sin que esto sea visto como un ascenso o descenso en su carrera, y lo mismo ocurre con los directores. Cada vez son más los renombrados cineastas, de la talla de Steven Soderbergh y Martin Scorsese, que migran hacia la TV en busca de las libertades creativas y el financiamiento que no encuentran en el medio donde se dieron a conocer. Quizás impulsado por este éxodo, el ejercicio de la crítica también se ha expandido para abarcar las obras que estrenan mensualmente en televisión, con más escritores redactando reseñas semanales de los más recientes episodios de los programas más populares, y el público participa activamente de este proceso.

Contrario a las películas, cuya discusión en torno a ellas se ve limitada a la pura especulación durante los meses previos a sus estrenos, y –fuera de alguna controversia o nominación a algún premio- acostumbra a morir el lunes después de debutar en cartelera, la televisión provee temas de conversación que se extienden durante semanas y meses. Así se observa en las salidas a comer, en las reuniones con amistades, en las pláticas en los lugares de trabajo y en las redes sociales. “¿Viste el episodio de anoche? ¿Qué irá a pasar la semana que viene?”. La expectativa es adictiva y constante, y las respuestas a esta última interrogante suelen llegar muchísimo más rápido que los años de espera por la próxima secuela cinematográfica.

Sin embargo, ahí está el detalle: a David Lynch nunca le ha importado ofrecer respuestas, ni mucho menos explicar su arte. Ni siquiera le preocupa que sus obras tengan sentido, al menos no uno lógico y anclado en la realidad. Así lo ha sido desde su ópera prima, la impactante Eraserhead (1977), cuyo significado está abierto a interpretación. A lo largo de su carrera, la filmografía de Lynch se ha aferrado mayormente a la lógica de los sueños -o más bien, las pesadillas- y jamás se ha preocupado por desarrollar una narrativa lineal fuera de The Straight Story (1999) (implícito, quizás irónicamente, en el título) y Blue Velvet (1986), filme que sin duda sirvió de inspiración para lo que sería Twin Peaks en la manera como escarba en la sana fachada de un idílico pueblito estadounidense atrapado en la década del 50 hasta dar con el pus oculta detrás de la costra.

La diferencia ahora, un cuarto de siglo después, es que Twin Peaks no se verá restringida por las limitaciones de contenido de ABC. David Nevins, presidente de Showtime, ha descrito el nuevo show como “la heroína más pura de la visión de David Lynch”, lo cual podría apuntar a que los nuevos capítulos podrían tener un tono y atmósfera más similar a la de Twin Peaks: Fire Walk With Me (1992), película que presentó los últimos días de la vida de “Laura Palmer” y que se distingue por ser quizás el trabajo más oscuro en el canon del director, y eso es decir mucho.

El largometraje fue abucheado cuando estrenó en el Festival de Cannes, la crítica la hizo añicos y los fanáticos de Twin Peaks salieron, en su mayoría, frustrados por la falta de un final satisfactorio a los acontecimientos de la serie. La verdad es que Fire Walk With Me no podría ser más fiel a las sensibilidades artísticas del director de Mulholland Drive (2001), a quien siempre le preocupó más la tragedia de Laura Palmer que revelar la identidad de la persona que acabó con su sufrimiento terrenal. Vista ahora, 25 años más tarde, es evidente que Lynch buscaba presentar un terror más profundo que cualquiera de los que han figurado en sus obras.

Si a esto es a lo que se refiere Nevins por “la heroína más pura”, los espectadores acostumbrados a los misterios contemporáneos, espulgados ad nauseum por el análisis semanal y los usuarios de páginas como Reddit obsesionados con resolver los acertijos antes que finalice la serie, se van a estrellar contra una pared. Y eso es si hubiese un misterio. Poco se ha visto de la nueva Twin Peaks en el material publicitario, y de su trama se conoce aún menos, esto obviamente a exigencias de Lynch. Algunos miembros de la prensa verán los primeros dos episodios el sábado, y sus reseñas están embargadas hasta el domingo después de la transmisión que será proseguida por el estreno de dos capítulos más en la aplicación de Showtime.

Como admirador de Lynch, me emociona el tenerlo de vuelta, y más por el hecho de que por los próximos meses me esperan 18 horas de su singular visión. Al igual que la mayoría, desconozco si su regreso producirá algo verdaderamente memorable, y la verdad es que las probabilidades están en su contra. No solo está retornando a uno de los mayores fenómenos de la televisión, estableciendo de entrada unas expectativas prácticamente inalcanzables, sino que lo está haciendo tras un receso de diez años, luego de INLAND EMPIRE, quizás el trabajo más fascinante e impenetrable de su filmografía. Lo que sí sé es que ahí estaré, cada domingo a las 9:00 p.m., esperando la dosis de “la heroína más pura”, y quizás escribiendo algo una vez me baje la nota.