Una mirada al principio de War for the Planet of the Apes establece con estremecedora intensidad el conflicto que impulsará la trama en la emocionante conclusión de esta moderna trilogía. Tal es el poder de ese momento entre el héroe y el villano –elevado a la enésima potencia por los tambores de guerra que se escuchan a través de la banda sonora de Michael Giacchino- que por si solo logra contener toda la furia de esta serie de ciencia ficción que por casi medio siglo se ha encargado de destacar lo peor de nosotros como especie.

En la historia del séptimo arte, no existe franquicia cinematográfica que observe a la humanidad con mayor desdén.

El que este pesimismo se disfrace de entretenimiento masivo continúa siendo fascinante, más en estos tiempos cuando los estrenos comerciales parecen alérgicos a tomar riesgos y se conforman con la complacencia, el final feliz, las soluciones fáciles. Esta tendencia afortunadamente no ha infectado la médula de esta saga que arrancó en 1968 y que, aun en sus entregas menos memorables, siempre ha tenido la capacidad de provocar una reacción en el público, invitándolo a reflexionar acerca de aquellos asuntos sociales y/o morales a los que sirve de alegoría.

El espíritu de la serie continúa intacto, y tan oscuro como siempre, tal y como se debe esperar de estas películas acerca del fin de la civilización humana en al Tierra a través de su perenne facultad para la autodestrucción. En War,  finalmente se presenta cómo fue que los simios llegaron al poder, pero la batalla final es más un gemido que un estruendoso bombazo. El director Matt Reeves apuesta a la guerra emocional y psicológica y no a la que se lucha “entre humo y metralla”, y el resultado es uno de los blockbusters más sombríos de los últimos años.

Los dos titanes en medio de este conflicto lo son “Caesar” –el líder de los simios, cuyo rostro arrugado y canoso exhibe los estragos de casi dos décadas de combate- y el coronel interpretado por Woody Harrelson, canalizando al “Coronel Kurtz” de Marlon Brando y a su propio “Mickey Knox”, que dirige un remanente del ejército estadounidense autodenominado el Alfa y el Omega. El nombre no podría ser más apropiado para este batallón que todas las mañanas se congrega como culto religioso ante su líder para recibir la bendición en medio del apocalipsis.

La acción se enfoca en el campo de concentración creado por este grupo donde los simios trabajan como esclavos en la construcción de un muro, y si la película sufre de algo es del letargo que se asienta una vez la trama se estanca en este escenario y se convierte en una versión pos apocalíptica  de The Great Escape bastante convencional. Reeves pierde mucho tiempo, particularmente con el personaje de una niña muda, para justificar las revelaciones del tercer acto, que si bien no satisface a plenitud las maquinaciones del argumento, si provee un espectáculo visual que cierra perfectamente la historia de “Caesar”.

Tras tres películas, resulta redundante alabar la extraordinaria labor del actor Andy Serkis como el simio protagónico, pero hay que hacerlo. El trabajo de Serkis trasciende el artificio de los magníficos efectos especiales logrados a través del “motion capture” y la magia de la casa de efectos Weta Digital. Reeves recurre mucho a captar los rostros de estos animales en close-ups, y la verosimilitud es absolutamente increíble, en especial con el orangután “Maurice”. La gesta de estos artistas merece un reconocimiento por parte de la Academia, tal y como lo han hecho en el pasado con avances técnicos de igual magnitud. La efectividad de esta trilogía recae en los hombros de todos ellos, pero sobre todo en Serkis.