"Cualquier morón en este país puede ser gobernador". 

Lo anterior es una cita directa de la película puertorriqueña Yo soy un político, pero fácilmente pudiera tratarse de un proverbio puertorriqueño. Usted lo ha escuchado -incluso puede que lo haya expresado- en los pasados cuatrienios. Oportunidades ha habido, hay y probablemente habrá de más, para hacer semejante afirmación, y esta comedia del director Javier Colón es un ameno recordatorio de ello que apela al humor de cara a las elecciones de noviembre.

El "morón" en este caso es “Carlos” -interpretado por Carlos Marchand-, un treintañero criado en un hogar popular, pero no por conocido, sino porque cada cuatro años todos sus miembros van cantando "jalda arriba" vestiditos de rojo a "rajar la papeleta" debajo del perfil con la pava. Desempleado tras salir de la cárcel e impulsado por el interés de conquistar a una atractiva maestra (Denise Quiñones) que trabaja en la misma escuela que su mamá (Lillian Hurst), “Carlos” opta por lanzarse a la contienda política corriendo como candidato a la gobernación por el Partido Popular Democrático… inicialmente.

El guión a cargo de Colón y Susana Matos se compone de una serie de viñetas en las que observamos los intentos de “Carlos” por sobresalir en su encomienda, primero como candidato del PPD y posteriormente postulándose para el mismo puesto dentro del Partido Nuevo Progresista y el Partido Independentista Puertorriqueño. El personaje le ofrece al dúo de libretistas la oportunidad de mofarse de las idiosincrasias e idioteces de la realidad política de Puerto Rico. De estas, sobresale el bipartidismo que impera entre los votantes desde 1952, alternando entre un partido y otro con la regurgitación de las mismas “ideas” que poco logran para mejorar al país.

Su acercamiento al material, sin embargo, está exento de ese hastío que se percibe en el ambiente a poco menos de tres meses de las elecciones. Su norte no es tanto la sátira puntiaguda que critique al sistema, sino simplemente provocar risas a través de este, algo que logran con encomiables resultados. Mientras el ritmo cómico tropieza de vez en cuando -con escenas que extienden su bienvenida y algunos chistes que se han convertidos en clichés nacionales- la constante presencia de Marchand y su ágil interpretación de un perfecto idiota mantienen la película llevadera. 

Marchand ya había encarnado una variación del personaje en I am a Director, ópera prima de Colón, que utilizó el estilo del documental falso o “mockumentary” para seguir las peripecias de un director en la realización de su primer largometraje. Colón repite aquí el concepto, aunque no se presta tan bien a estas circunstancias. Los personajes rara vez hacen alusión a la presencia de la cámara y nunca queda claro por qué están documentando la vida de “Carlos”. Eventualmente, la película termina abandonando el estilo para convertirse en algo más similar a los sketches de una producción de Saturday Night Live o National Lampoon.

Una vez aquí, la comedia encuentra su ritmo, las carcajadas se hacen más frecuentes y las piezas engranan mejor. De las múltiples secuencias que componen la carrera de “Carlos” por la gobernación, cabe destacar las recurrentes apariciones de este en un programa ficticio de Jay Fonseca, interpretado por el propio comentarista político. Los intercambios entre Marchand y Fonseca gravitan entre la realidad y la ficción, con el primero en personaje y el segundo vacilándose su persona pública. Mención aparte merecen las escenas en las que figura Carlos Santos como “Mickey Gómez”, el contrincante de “Carlos”, quien se esmera en su encarnación del típico político zarrapastroso “doble cara” y sin escrúpulos. El papel le queda tan bien que su rostro no resultaría extraño en una papeleta.

Yo soy un político quizá no sea la aguda sátira que necesitamos, pero el buen ratito que obsequia es bienvenido. Juzgando por lo que se avecina en nuestro acontecer político, las risas harán mucha falta.