Cuando la mayor reacción que una película de superhéroes provoca en uno proviene de un sorpresivo cameo de Ally Sheedy (millennials: “googleen” The Breakfast Club), algo no anda del todo bien. No es que X-Men: Apocalypse sea mala –no lo es-, sino que es demasiado ordinaria como para inspirar otra emoción que no sea indiferencia. Solo así es que algo tan insubstancial como la fugaz y extraña aparición de una de las actrices símbolo del cine de los 80 logra ser lo suficientemente singular –al menos para este servidor-, y en una película donde esto escasea, uno se aferra a cualquier cosa que se salga de lo común.

Pero “común” es el modus operandi de Bryan Singer, quien aquí se sienta por cuarta ocasión en la silla del director para entregar otro filme de estos mutantes de Marvel Comics en el que el cineasta una vez más se conforma con proveer más de lo mismo. Resulta frustrantemente asombroso ver lo poco que estos personajes han cambiado desde su primera aparición en el cine 16 años atrás, incluso después de haber regresado al pasado en un intento por empezar de nuevo y borrar las faltas de X-Men: The Last Stand. Irónicamente, la serie –que al momento comprende ocho largometrajes- parece estar recorriendo un bucle temporal, atrapada en un ciclo de repetición en el que la única constante son la presencia de Hugh Jackman y su módica dosis de entretenimiento llevadero e inmemorable.

El año es 1983. A una década de los hechos de Days of Future Past, una nueva amenaza de destrucción global (¿existe alguna otra en estas películas?) despierta bajo la superficie de Egipto en la forma de “En Sabah Nur” –o “Apocalypse”, aunque nunca lo llaman así-, un semidiós milenario que aparenta haber sido el primer mutante y que ahora regresa para completar un plan que dejó a medias miles de años y –de paso- pulverizar la Tierra. Mientras mutantes como “Mystique” (Jennifer Lawrence) y “Magneto” (Michael Fassbender) sobreviven escondidos de la sociedad, el profesor “Xavier” (James McAvoy) continúa educando a los “niños dotados” en su escuela en Nueva York. Sin embargo, con la llegada de “Apocalypse”, los mutantes tendrán que poner a un lado sus diferencias para… bueno, usted sabe.


El excelente Oscar Isaac interpreta al susodicho villano que aparenta haberse extraviado en ruta al estudio donde actualmente se filma la nueva cinta de Power Rangers, pero para su fortuna su rostro está tan escondido debajo de capas de maquillaje y prótesis de goma, que es prácticamente irreconocible. Pero el talento histriónico de Isaac no es el único que se desperdicia en pantalla: Fassbender da lo que muy bien podría ser la peor actuación de su carrera, recalcada por una escena de risible melodrama en la que se le suma más miseria al personaje de “Magneto”. De la buena química que entabló en First Class con McAvoy –otro que aquí tampoco impresiona-, ya no queda el más mínimo rastro.

Como suele ocurrir, la culpa de esta deficiencia actoral no recae necesariamente en los artistas, sino en quien escribe sus papeles. El libreto de Simon Kinberg realiza un pobre desarrollo de los villanos, desde “Apocalypse” hasta los cuatro “jinetes” que se suman a sus fuerzas del mal, puros zombis monosilábicos definidos por sus poderes en lugar de carácter y motivaciones. Los héroes sufren una suerte bastante similar. La nuevas y jóvenes encarnaciones de “Cyclops” (Tye Sheridan) y “Jean Grey” (Sophie Turner) se ven limitadas por la llanura del guión que desaprovecha la oportunidad de indagar en sus orígenes, mientras que Lawrence –quien aquí se supone que cumpla un papel de líder, de modelo a seguir para los novatos superhéroes- se nota tan visiblemente desencantada con estas películas que ni se inmuta en esconder que solo está en pantalla cobrando un cheque.  

¿Y qué de la acción? Competente, aunque incapaz de elevar el pulso. Singer se vuelve a divertir usando a “Quicksilver” en una tonta secuencia –aunque con terribles efectos especiales-, aprovecha el salto al pasado para expiar uno de los mayores pecados en la extensa lista que se cometieron en X-Men Origins: Wolverine y aborda el desenlace haciendo buen uso de las poderosas habilidades de estos personajes para cumplir con su misión. Entre la acción inserta detallitos que apelan a los fanáticos de estos personajes, como menciones de otros superhéroes, insinuaciones de futuros desarrollos en la historia o algo tan simple como vestir a “Cyclops” con un disfraz más a tono con el de los cómics y no los genéricos petos negros que los hace ver a todos como miembros de un “S.W.A.T. Team”.

Al final, son esas pequeñeces lo que mejor definen las películas de X-Men: la promesa de que algo mejor está por venir, de que en algún momento estos superhéroes caerán en manos más diestras y capaces de llevar sus aventuras a la pantalla grande. Singer los puso en el mapa, y por ello aquellos que en el 2000 jamás creímos que algún día veríamos a estos personajes en el cine debemos estarle agradecidos, pero mientras sigan a su cargo, estos mutantes se verán estancados evolutivamente.