Disfrutar del cine con el novio o la novia al lado, dentro de un carro descapotable, bajo la luz de la Luna... En ese escenario, ver una película no era precisamente la actividad que mantenía ocupadas a las parejas de los años 50 y 60 en Puerto Rico, cuando se vivía la fiebre de los autocines.

Pero el panorama ha cambiado, y el significado del drive-in es muy distinto. Según el administrador del único de estos establecimientos que queda en Puerto Rico, la diversión de esta experiencia estriba en pasar “un momento familiar”.

“Las películas que más se ven aquí son las de muñequitos, todo lo que sea de familia. En general, hay muchos clientes fijos que vienen todas las semanas. Son grupos del papá, la mamá, los nenes chiquitos, los abuelos, los tíos...”, describe Francisco Domínguez, quien tiene a su cargo el Autocine Santana, en el barrio Santana de Arecibo.

Éste es el último bastión de los drive-ins luego que los de Ponce y Bayamón cerraran en las décadas de 1970 y 1980. De hecho, el Autocine Santana también estuvo inoperante a finales de los años 80, y reabrió en los 90. Otro cine de este tipo fue el Autocine Atlántico, en Hatillo, que mantuvo su padre, Francisco Domínguez, en esa época, hasta que reabrió el del barrio Santana, mientras que en el lugar donde estuvo ubicado el de Bayamón, en el barrio Hato Tejas, ahora hay un centro comercial llamado Drive-Inn Plaza en honor a la nostalgia.

Francisco Domínguez adjudica la desaparición de esta tradición al auge que cobraron en esas décadas posteriores los videocafés, los teatros convencionales de cine y las tiendas de venta y alquiler de películas para ver en casa.

“El clima también afecta mucho. La lluvia, el viento, el calor, los mosquitos son cosas que fueron desmotivando a la gente. Quizás se pensó que la sala de cine es más cómoda, pero se perdió de vista las otras cosas que son posibles solamente en el autocine”, detalla el hermano de Laura Domínguez, coadministradora de Auto Cine Santana, y bisnieto de Elías Llerandi, fundador del local en 1957.

Jangueo criollo

La melancolía de los drive-ins adquiere un matiz especial cuando se trata de Puerto Rico, donde sólo cuesta $2 la entrada en automóvil.

Y es que Domínguez cuenta que, además del tradicional pop-corn y refresco, los asistentes al autocine solían comer –y aún lo hacen– frituras criollas como alcapurrias, bacalaítos y empanadillas, así como ingerir jugos del país.

“Es algo distinto, al aire libre. Los niños pueden correr, divertirse. Los papás traen sillas de playa, se acomodan a su gusto, ponen colchas en la grama. Es algo bien sano, quizás hasta más sano que el cine tradicional”, establece Francisco Domínguez.

El administrador del local entiende que en el área metropolitana se ha desechado la idea de abrir autocines por escasez de espacio.

“Se necesita el terreno, tener al menos siete, ocho cuerdas. En Puerto Rico, donde hay más posibilidad es en las áreas más apartadas”, añade.

Por otra parte, rechaza que la criminalidad sea un factor que haya incidido en la reducción de los drive-inns a uno solo. “La dinámica que se daba y que se da es de mucha seguridad. Mi viejo (Francisco Domínguez, padre) me contaba que eso era así también en el pasado”, acota.

“Los que tuvieron esa fiebre en esa época han tenido hijos y nietos que hoy la ven de otra manera, y que saben que es una experiencia que no se pueden perder, no sólo para recordar esos momentos, sino porque ahora solamente hay uno, así que hay que aprovecharlo”, establece el empresario.