Venecia. Tras su éxito con la serie "True Detective", mucho se esperaba de Cary Fukunaga, pero "Beasts of No Nation", presentada hoy en Venecia, se queda lejos en emoción en una historia terrible de niños soldados en la que, sin embargo, destaca una tremenda interpretación del niño Abraham Attah.

Fukunaga, que compite por el León de Oro de la Mostra con esta película, se graduó en ciencias políticas en la universidad y siempre ha estado interesado en la geopolítica.

Y en los años noventa estudió los problemas con los recursos naturales en los países africanos, tema sobre el que escribió un proyecto que le permitió entrar en la Universidad de Nueva York para estudiar cine.

"Pero fue en 2005 cuando un amigo me dio el libro ('Beast of No Nations') y supe que era la historia que quería hacer y usé toda la investigación que había realizado sobre este tema en la película", explicó Fukunaga en rueda de prensa.

Una película que muestra con crudeza el entrenamiento de un niño soldado en un país indeterminado de África, una situación muy compleja alimentada por los conflictos por los recursos y la religión.

Sin embargo, en la historia el realizador trató de evitar, en lo posible, el uso de la religión.

"La similitudes entre el Estado Islámico y Boko Haram u otro tipos de fuerzas de combate son muy comunes, todos trabajan sobre la psicología humana" y con el entrenamiento de armas, la propaganda y el adoctrinamiento espiritual.

Pero Fukunaga no vio necesario que el grupo en el que es enrolado el niño "estuviera ligado a ninguna versión del cristianismo o el islamismo".

Ubicada en cualquier país de África, Fukugama se acerca primero con ligereza y luego con profundidad, pero nunca con emoción, al drama de un niño de once años que pierde a su familia y que pasa de una infancia compleja, pero feliz, a una cruenta guerra civil que enfrenta a tantas facciones que es imposible saber quién es quién.

Una película que comienza con Agu (Attah) y sus amigos tratando de conseguir dinero vendiendo una televisión imaginaria y que pronto pasa al horrible drama en que se convierte su vida, que depende de ser capaz de matar a otros y de obedecer a un líder guerrillero abusador (igualmente destacable Idris Elba).

Gran parte de la película muestra el proceso de adaptación del niño a su nuevo ambiente, sin ahorrar en escenas espeluznantes, pero Fukunaga se recrea en exceso, con algunas preciosas escenas y maravillosos juegos de color, que sin embargo lastran la narración.

La segunda parte de la película, cuando la historia va degenerando cada vez más, tiene mucho más ritmo y permite el lucimiento de Idris Elba -también productor del filme- y de Abraham Atta, cuya imagen estremece desde la primera a la última escena.

Fukunaga vio vídeos de unos 100 niños y entrevistó personalmente a 50 para dar con el actor adecuado, que encontró en este pequeño ghanés, que aparenta menos de los 14 años que tiene y que se mostró muy tímido pero sonriente en la rueda de prensa.

"Estaba en el colegio jugando al fútbol y vino un hombre y dijo que buscaba a un niño para una película. Fui a la audición y me eligieron", explicó con sencillez.

Una película que, en palabras del director, es "un viaje emocional" del que los espectadores deben sacar "su propia visión".

Aunque reconoció que cada vez es más difícil que la gente vaya al cine si no hay un enorme espectáculo o grandes nombres detrás. "Está fuera de control. Estamos en un momento muy democrático para la asistencia al cine", dijo con humor.

Mucho menos del que tiene una película con precisos encuadres, imágenes sobrecogedoras y una dramática historia, elementos insuficientes para una narración en la Fukunaga toma demasiada distancia, lo que redunda en una frialdad excesiva para un filme que recibió tímidos aplausos en su primera proyección en Venecia.