La nueva película “The Predator”, dirigida por Shane Black, abunda en humor y acción pero carece de coherencia.

Treinta años después de que el revolucionario filme de John McTiernan cambiara el subgénero de monstruos para siempre (con la ayuda de Alien), “The Predator” llega a las salas de cine con la necesidad -de vida o muerte- de reinventar la rueda o quedarse en el reciclaje que ha reinado en las diferentes secuelas y “spin-offs” que esta franquicia ha inspirado en sus tres décadas de historia. Y aunque la más reciente propuesta -que aterrizó en el Festival de Toronto- no cae en la misma categoría de desechos que Alien vs Predator y su secuela, “The Predator” desaprovecha las sensibilidades de un respetado guionista en favor de una trama mayormente descerebrada con pistas de lo que pudo haber sido.

No hay absolutamente nada complejo en la trama de “The Predator”, pero esto no es necesariamente algo malo. Luego de que un aterrizaje extraterrestre repentino arruinara la misión del soldado Quinn McKenna (Boyd Holbrook), seguido por un breve encuentro con un depredador que arrasó con sus hombres, el condecorado francotirador es recluido junto a una pandilla de veteranos problemáticos, hasta que el “field trip” en autobus correccional es interrumpido por la llegada de un segundo depredador en busca del equipo que el primero dejó atrás. Aquí, por supuesto, comienza la despiadada cacería por la que hemos pagado el precio de admisión, pero, ¿lo vale? Una trama ligera con espacio para la autorreferencia y el humor negro se convierte en una parodia de sí misma, pero no con esa intención.

En sus mejores momentos, “The Predator” logra canalizar el humor de su director y guionista, Shane Black. Es el balance que todo cinéfilo había anticipado con esperanza cuando se anunció el proyecto. Para infortunio de los fanáticos, o peor aún, de audiencias desprevenidas, la película pocas veces logra ese balance, oscilando entre extremos que rayan en lo absurdo, cuando no en lo paródico. Aquí entra la nostalgia, que afortunadamente el director decidió trabajar con sutileza para no caer en la trampa de otros proyectos que han revivido figuras de la cultura popular de otras décadas.

En una cinta en la que el conteo de muertes se eleva por encima del promedio, es la trama coherente la primera y más desafortunada víctima en “The Predator”. Desde temprano, la película se deshace de toda lógica y rastros de una buena historia, y descansa exclusivamente en la química e interacción entre sus personajes principales, resaltando Holbrook como el veterano al borde del PTSD, Trevante Rhodes (“Moonlight”) como un exsoldado que batalla con la depresión y Sterling K. Brow como el roba escenas oficial de la película. Son los personajes femeninos, como suele suceder en un “joint” de Shane Black, los que sacan la vara más corta. Olivia Munn muestra promesa inicialmente, para luego ser reducida a una bióloga precipitada a la que todo le sale mal. Por su parte, Yvonne Strahovski (“The Handmaid’s Tale”) no es más que la esposa del protagonista y la madre de Jacob Tremblay, un niño autista que en el giro más problemático de la película se convierte en un innecesario y ofensivo “plot point” o trama secundaria.

Esporádicamente, la película trabaja momentos de pura genialidad, entre ellos una secuencia en medio de la Noche de Brujas que hizo estallar en carcajadas y aplausos a una audiencia que abarrotó la sala del teatro Ryerson para atestiguar el regreso de su cazador favorito. Para su sorpresa, “The Predator” se habría autodestruido cuando ya había perdido su honor.