La muerte de Cheo Feliciano ha tocado muy de cerca a mi familia, pues fuimos vecinos en la Calle Guadalupe, en Ponce. Cheo se crió con mi hermano mayor, José Luis, a quien le dicen Cheíto y, desde temprano, la música llegó a sus vidas. Siendo niños, buscaban latas y palos y se iban a dar parrandas para conseguir dinero. Les decían: “La Parranda de Cheo y Cheíto”. Eran tiempos difíciles, en los que se cantaba, se tocaba con latas y palos y así se buscaban chavitos.

Ambos entraron en la Escuela Libre de Música para aprender a tocar guitarra. Necesitaban más instrumentos para las parrandas y recibir mayor compensación. Su amor a la música era innegable.  

Acostumbraban a jugar al esconder y uno de los lugares preferidos para ocultarse juntos era el cementerio de la Guadalupe, Román Baldorioty de Castro. Una vez, entraron al cementerio a esconderse, y mientras corría para evitar que lo encontraran, Cheo cayó dentro de una tumba. Lo buscaron y no fue hasta que comenzó a gritar que lo hallaron; ¡enterrado en vida!

Curiosamente, en ese cementerio será sepultado cuando la Asamblea Municipal de Ponce apruebe una resolución para que pueda estar en el Panteón de los Próceres. 

¿Quién le iba a decir que sus restos descansarían en el mismo cementerio al cual no quiso volver a jugar después de haber caído en una tumba?

Ahora vayamos a otra anécdota; ya cuando tenía sus añitos, fuimos a España a presentar el show “Abrazo caribeño” en el Palacio de Deportes de Madrid. Lalo Rodríguez estaba bien pega’o con el tema “Devórame otra vez”. Llegó a España enfermo y pensamos que no podía cantar. Cheo y su inseparable esposa, Cocó, me bajaron el estrés diciendo que no me preocupara, que él resolvía. Dicho y hecho: Cheo “se botó”. Los que llenaron el Palacio corearon “Anacaona”, “El ratón”, “Amada mía” y muchas más.  Siempre estuve agradecida porque son gestos que no se pagan con dinero, sino con respeto y amistad.

Cheo era de la Peña Ponceña, un grupo de residentes del área metropolitana nacidos en la Ciudad Señorial, que se reúnen una vez al mes para jugar dominó y recordar anécdotas. 

Fue la Peña Ponceña, presidida por mi hermano, la que juntó al grupo “Amigos de Plaza”,  realizaron el último homenaje en vida a Cheo en Ponce. Ese grupo estaba trabajando junto al Municipio para  ponerle su nombre a una calle. Lamentablemente, el cantante se nos fue antes. 

Los problemas por los derechos de regalías prácticamente lo sacaron de las ondas radiales y esto contribuyó a la poca difusión de su música, sin tener culpa de nada. Eso era una gran tristeza en su corazón.

Creo que Cheo no hubiese sido tan grande si Cocó no hubiese estado a su lado. Ellos eran el complemento perfecto, más que dos mitades. Ella siempre estuvo a su lado en las buenas y en las malas. 

Ella es su gran “Amada”. Nuestros respetos y los de todos los Cangiano. Para nosotros Cheo fue uno más de nuestra familia de la calle Guadalupe, en Ponce. Descansa en paz, AMADO AMIGO.