Pero para Esteban, quien prefirió ocultar su nombre real, nada que ver. Desde infancia ha presenciado apariciones o vivido momentos que él define como una conexión con el mundo espiritual, con seres de luz.

“He vivido diversos tipos de experiencias que se pueden clasificar dentro de este fenómeno paranormal”, expresa Esteban, quien es psicólogo de profesión. “A mí me han hecho visualizar una conexión con los ángeles guardianes, experiencias agradables que recuerdo con mucho afecto”.

La niña de las escaleras

Una de las experiencias que más recuerda con cariño ocurrió en su infancia, cuando tenía alrededor de 8 años. "En los veranos, mi mamá nos llevaba a la casa de mi abuela, en un campo en el interior de la Isla. Mis primitos y yo pasábamos días allí. Era una casa grande, de madera, de dos niveles. En su interior, había ciertas áreas donde no había iluminación. Un día, tenía que subir a uno de los cuartos en el segundo nivel, a través de un pasillo que estaba bien oscuro. Aunque yo jugaba mucho con mis primitos, ellos no estaban conmigo en ese momento. A mí me tocaba dormir arriba. Quería subir, pero tenía mucho miedo porque desde esa parte de la casa, que daba para las escaleras, estaba muy oscuro. De momento, miré a la ventana y vi que entró un rayo de luz que cobró la forma de una niñita. Vi que comenzó a subir el primer escalón. Ella tenía algo en la mano con lo que marcaba como un punto de luz cada escalón, para que yo pudiera subirlo. Eso me ayudó. No me dio miedo. Recuerdo que le conté a mi abuelita, pero ella no le dio importancia”.    

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La voz en la fiesta patronal

En otra ocasión, también en su infancia, quería ir a una fiesta patronal cerca de su casa. “Mis padres no habían llegado, pero yo quería ir. En aquella época no había los peligros de hoy día. Te estoy hablando de hace cerca de 50 años. Así que le avisé a mi abuela, y me fui comoquiera. Tenía deseos de montarme en los caballitos, pero solo tenía 5 centavos en el bolsillo. En la plaza del pueblo, ponían las picas donde la gente jugaba. Me acerqué a una de ellas a mirar. Pensé en jugar mi ‘velloncito’, para ver si ganaba algo para montarme en los caballitos y comprarme una barquilla. Me pregunto cuál número jugar, y de momento, me contesta una voz clara al oído: ‘el 6’. No había nadie a mi lado. Jugué, porque en ese entonces no estaban pendientes a que uno era menor para prohibirte jugar, y me gané $5, suficiente para montarme varias veces en los caballitos”.

El señor de la gomera

De adulto, cuando me divorcié, me tocaba buscar a mis hijas y llevarlas de vuelta a la casa de su mamá, que era en un pueblo lejano a donde yo vivía. Una noche, demoré un poco más en regresarlas porque estuvieron más tiempo conmigo. Cuando regreso poco después de la medianoche, ya solo, por el área de Isabela se me vacía una goma, lo que me obligó a parar el auto. Era un área rural, donde no había luz. Todo era oscuro. Para colmo, no tenía goma de repuesto. Me inquieto ante la duda sobre qué hacer para buscar ayuda. No era una época de celulares. De momento, miro al lado derecho de la carretera, y veo una gomera abierta, de madera, con luz prendida, con patio de tierra. Había un hombre solo, trabajando en el taller. Me asombro de que a esa hora, de domingo para lunes, esté abierto el lugar, pero igual cruzo y le pido ayuda. Era un señor fornido, con barba gris, como de 50 años. Con mucha amabilidad, me ayudó. Cuando le fui a pagar, me dijo: ‘no me tiene que pagar nada. No se preocupe’. Le di las gracias. Al mes, pasé por el lugar, mucho más temprano, y no había nada, ni gomera, ni taller, nada, nada que diera señas de que hubo una estructura allí”.  

El mensajero en el hospital

Por otro lado, la experta en temas angélicos Joyce A. Pagán Nieves comparte una de las experiencias que han acentuado aún más su fe en el mundo espiritual y en los ángeles. “Hace unos años, me hospitalizaron por primera vez en mi vida porque estaba llevando un caso legal muy difícil. Tuve un desgaste físico. En la habitación, conmigo estaba una señora, que me acompañaba. Me habían hecho un ecocardiograma y estaba muy preocupada con el resultado que podría haber. De pronto, ante mis ojos se materializó un señor muy normal, que no entró por ningún sitio. Hablando en español me dijo: ‘Dios me ha enviado para decirte que no tienes nada, que antes de tres días vas a estar fuera de este hospital. ¿Quieres que ore por ti?’. Le dije que sí. Sé que lo hizo, pero no recuerdo la oración. Sentí mucha paz. Su espíritu no me pareció al de ningún ser querido fallecido. No me asusté, porque al decirme que era un mensajero de Dios, supe que se trataba de un ángel, ya que esa es la definición de ángel como tal. La señora que estaba conmigo me dijo que ella también lo había visto y escuchado”.